Gashkaabika'igan - Un candado

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Corrí sin un rumbo fijo con el nombre de Esther en la comisura de los labios. Supuse que estaría en la gran hoguera, epicentro del poblado, y esquivé a varias personas para poder alcanzarla. Dibikad, que había llegado a ser uno de los mejores rastreadores del campamento desde su llegada, tres meses atrás, acababa de regresar de su expedición diaria y, en solitario, estaba desmontando del corcel. Namid, que estaba conversando con Makwa junto a las mujeres que ensartaban los trozos de carne, se giró, como el resto, alertado por el ruido de mi estrepitosa aparición. Las chicas, Halona incluida, estaban intentando alcanzarme.

—¡Dibikad! ¡Dibikad! —grité, puesto que él estaba distraído con los guerreros que acababan de saludarle—. ¡Dibikad!

Mano Negra volteó el rostro, extrañado, y su expresión se inmovilizó.

—¿Waa-waaseyaa? —susurró.

Me abrí paso y le abracé con todas mis fuerzas, casi tirándolo de bruces. Namid, situado en un lateral, frunció el ceño, sorprendido por el aparente lazo que debíamos de mantener. Aún asimilándolo, Dibikad me rodeó la cintura, atrayéndome hacia él, y nos convertimos en la diana de todas las miradas.

—¡¿Qué haces aquí, nisayenh?! —se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Yo..., yo... No podía permanecer allí sin luchar. Sé que te prometí que...

—¡Cuánto me alegro de verte! —le apretujé—. Dime, por favor, dime, ¿están todos bien? ¿Están a salvo?

Dibikad poseía otros motivos de peso para haber partido de Quebec en mi busca, no solo sus ansias de unirse a la resistencia, mas no los descubrí en aquel momento. Jamás los hubiera confesado delante de alguien que no fuera yo.

—¿Cómo está Florentine? ¿Y Esther? ¿Y Ziibiin? ¿Adrien? ¿Y Thomas? —no le dejé ni hablar de la emoción.

—Están todos bien, en casa —confirmó sin un atisbo de duda—. Los dejé sanos y salvos antes de partir. La casa ha sido reformada, ya no se cae a pedazos. Esther toca el clavicordio de maravilla. Ziibiin y el borracho de Turner las protegen día y noche.

"El borracho de Turner", sonreí.

—Nos contó que decidiste permanecer con Honovi y...

El mercader no había podido averiguar lo que me había ocurrido desde entonces. La forma en la que Dibikad me miraba fue una muestra de que él sí tenía conocimiento de los pormenores.

—Wenonah me contó que...

"¿Han trabado amistad él y Wenonah?", me alegré.

—¡No puedo creer que estés aquí! —volví a abrazarle. El torbellino de sentimientos me impedía detenerme en las desgracias que había sufrido: solo ansiaba sentarme con él y charlar sobre la familia que había dejado en Quebec—. ¡Por favor, tienes que contármelo todo! ¡Vayamos a mi tienda!

Arrastrado por mi efusividad, Dibikad no rechazó que le cogiera de la mano para caminar. Advertí que debía de haberse erigido como un miembro importante de las huestes de Inola por la forma en la que las chicas le otearon, sobre todo por cómo Namid nos abrasó con las pupilas confundidas.


***


—Toma asiento, toma asiento, nisayenh.

Me faltaban manos para darle la bienvenida. No había imaginado que reencontrarme con él me generara tal felicidad. A decir verdad, no me importara que hubiera abandonado Quebec: mis seres queridos estaban a salvo y, sin admitir lo sola que me sentía, tener a otro amigo cerca era un bálsamo reparador. La cabeza me bullía, estrepitosa.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora