Basiingwe'waad - Él es abofeteado

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Métisse poseía un sexto sentido para captar cuándo estaba incomodada y empleaba todas sus estrategias —que eran numerosas y resolutivas al haber construido su carácter como una supervivencia— con el fin de reducir dicho sentimiento. Permaneció conmigo durante la entera velada, sin soltarme el brazo mientras iba presentándome a diversas personas, conversando con ellas, evitándome así el esfuerzo de tener que pensar en cómo resultar sociable, virtud que jamás me fue concedida.

—¿A que es una excelente guerrera? ¡Y me decíais que exageraba al hablaros de ella!

No se parecían en nada, pero se me constriñó el corazón observándola: estaba cuidándome como lo hubiera hecho Jeanne, permitiéndome juguetear entre las faldas de su vestido, mostrándose simpática para suplir mis carencias, las cuales, a decir verdad, estaban siendo acentuadas a pasos agigantados por la total ausencia de Namid en la ceremonia.

—Eso sí, está demasiado delgada. Habrá que comer, ¿no? —me miró con comprensión. Me gustaba que lo hiciera porque jamás había un rastro de pena, sabedora de que odiaba ser compadecida—. Vamos, Waaseyaa, comamos antes de que los hombres se zampen las ardillas.

Lo que resultó un movimiento en apariencia inocente, no lo fue: Métisse había decidido que nos moviéramos de aquel grupo porque Halona, acompañada de dos mujeres, estaba acercándose. En ocasiones me sorprendía la rápida capacidad de mi amiga de leer entre líneas, aunque no supiera los detalles de la situación. Discretas, nos alejamos, rencontrándonos con Onawa, Makwa y Dibikad. Apoyado en su bastón, Nahuel acompañaba los cantos que surgían alrededor de la hoguera, despreocupado, mientras que Ishkode platicaba con Yuma, Mochni —quien no parecía haberse ofendido por su "regañina"— e Inola, a pesar de que éste permanecía en absoluto silencio, escuchando. En uno de los extremos más aislados del jolgorio, Ajay intentaba cortejar a una joven de su tribu.

—¿Por qué diantres no bailáis? Esto parece un entierro —fue lo primero que dijo al llegar.

Tenía parte de razón, ya que los ánimos en aquel variopinto grupo estaban decaídos. Onawa, obsesionada por el bienestar de Wenonah, que danzaba y danzaba entre sus pretendientes, comiendo y bebiendo con desenfreno, era incapaz de desligarse de la tensión, además de tener que soportar la presencia de Makwa, determinado a conquistarla mediante el asedio inmutable, comportamiento que la exasperaba. Por su parte, Dibikad, como era entendible, estaba tan celoso que humo podría haberle salido de las orejas.

—Serán pocas las oportunidades de disfrutar en el futuro. ¡Id a divertíos! —insistió, dándome una ardilla ensartada. Desde su posición, Halona me buscaba creyendo que no me daba cuenta. Mis sentimientos en aquel momento eran contradictorios, no porque hubiera cambiado mi opinión sobre ella, sino porque empezaba a sospechar que, en un arrebato de despecho, podría cometer una estupidez que perjudicaría a todos, pero, sobre todo, a su esposo—. Onawa, eres peor que Ishkode. Wenonah tiene dieciocho años, está en la flor de la juventud, deberíais de estar haciendo lo mismo que ella, no estar aquí como troncos. Menudas caras más largas.

—Alguien debería decirle que está bebiendo demasiado —comentó Dibikad entre dientes.

—¿Vas a ser tú el que vaya y se lo diga? —atajó Métisse de manera implacable—. Es libre de hacer lo que le venga en gana. Puede que pasado mañana entremos en guerra y se acaben las fiestas. Si tanto te molesta verla pasárselo bien, vete a tu tienda o únete a ella.

—Está demasiado ocupada —ironizó.

Ella se encogió de hombros tras mirarme. "No tienen remedio", bufaban sus gestos.

—Si pretendes que se fije en ti, creo que estar comiéndotela con una mirada cabreada no es la mejor estrategia, si me permites aconsejarte.

—¿Quién te ha dicho que pretenda que se fije en mí? Es mi amiga, no quiero que esté ahí pavoneándose entre una jauría de aprovechados babosos. Está haciendo el ridículo.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora