Midaaso-gikinoonowin - Diez años

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La hoguera se había apagado. La oscuridad estrechaba sus contornos a través del acelerado ritmo de nuestras respiraciones. Habíamos caído de rodillas a las mantas. Mis manos persistían sobre sus mejillas. Las suyas apretaban mi cintura, como si hubiera más vacío al que caer por debajo del suelo. Las lágrimas debieron de limpiar mis ojos, ya que podía ver su carita, el incandescente iris de su preocupación. Tambores rompían el pecho. Por encima de nuestras cabezas, las estrellas rezaban para que bailáramos a su son.

—Sigues aquí —susurré.

Su media sonrisa limitó con mis pulgares.

—Nunca me fui. Siempre he seguido aquí, Catherine.

Con suavidad, cogió una de mis manos entre las suyas y colocó ambas sobre su corazón. Latía enloquecido. Nadie lo hubiera dicho si se hubiera detenido a observarle. Había entrenado sus emociones a la perfección. Si entregaba el honor de descubrir los mundos que ocultaba, te hubieran faltado piernas para recorrerlos.

—Waaseyaa, ode'.

"Sigues aquí, Cat".

Mi otra mano siguió en su moflete. Poco a poco, la bajé hasta la rugosa incisión. Sus latidos se aceleraron.

—Namid, ode'.

"Mi corazón está en tu cicatriz".

—Estás cansado, ¿verdad?

Se aceleraron y aceleraron.

—Pero tú sigues aquí —respondió—. No quiero salir de ti. Puedo verte a oscuras.

—Yo podía verte aunque nos separara un océano. Estás dentro de mí. Hace demasiado frío afuera. Incluso las heridas de las que me avergüenzo, siempre te has detenido para escucharlas. Pasé años creyendo que lo único que he estado haciendo es amar y perder. Pero hasta que no eliges entregar, a costa de perder el amor, no sabes nada. Amar y perder son lo mismo. Contra más tiempo permanezco a tu lado, me enseñas que puedo ser una mejor persona.

—Catherine...

—Escribiré tu historia.

Entrelacé nuestras manos, dejándolas sobre mi regazo.

—Escribiré sobre el valiente guerrero que entregó la vida por su pueblo y lo guio hasta la victoria. El chico de dieciocho años que trepaba árboles y fue recogiendo cicatrices. Y de sus hermanos, y de sus padres. Obligaré al futuro a recordarte.

—Yo no hubiera querido esta vida —confesó, frágil—. Tan solo hubiera querido merecer la paz.

—Sin la guerra que provocó la muerte de mis padres, jamás nos hubiéramos conocido.

—Tú y yo nos hemos conocido desde que el Gran Espíritu creó al hombre y a la mujer.

Nos miramos. Otros se besaban a través de vírgenes labios.

—Dame diez años en el pasado. ¿Por qué tuvieron que hacerte eso? No sé cómo ayudarte, Catherine. Pero solo anhelo ayudarte. No me importa qué piense el consejo, ni la comitiva, ni Halona, ni los endemoniados espíritus —le cayeron las lágrimas, amargas, resentidas.

El hueco del estómago eran las garras de George. Sus manos, por el contrario, eran flores. Su cuerpo encima del mío, susurrante, en el bosque, salvándome de un reno. Giiwedin regalándonos su galopada de libertad. Johona y Yiska reencontrándose.

—Dentro de otros diez años, conseguiré que puedas ir a uno de esos conciertos de cámara que tanto le gustaban a Antoine. Solo dame diez años. Una mujer puede reconstruir el agua, la tierra, el aire, el sol. Solo debo perdonar esta vergüenza que me derriba, este lunar que pesa tanto. Debo perdonar. Merezco ser quién soy. Me llevaré por delante para obtener la misericordia. Somos más de lo que nos hicieron. Luchar por mí también es luchar por la paz. El amor existe porque la vida no basta. ¿No es esperanzador? Nos separamos porque debemos amarnos a través de los otros. Pero seré tus ojos. Y tú serás mi marea. Me arrastrarás a la orilla para que el hombre y la mujer caminen sobre la húmeda arena y dejen sus huellas antes de que vuelva a borrarlas.

Honovi estaba sonriéndome. Las cenizas me llenaban las venas.

"Entrégate", repetían, "entrégate".

—Seguiré aquí, pase lo que pase —respondió.

Supe que era lo correcto, porque la justicia de los hombres no era la justicia de los dioses, y junté mis labios a los suyos. Le quería. Lo admití de sopetón para mis adentros. Le quería aunque no pudiera regresar a la pureza. Fue el beso un segundo en la eternidad, tan rápido que cuando deseó continuarlo y se lanzó hacia a mí, sin pensar, ya me había hecho a un lado. Éramos caminantes del desierto persiguiendo una cinta que volvería a ser forjada.

—Tallaré tu historia en piedra, Namid. Hoy somos lo que seremos. Una década siempre es ayer. El mañana una repetición enunciada en el fuego. Él me dijo que regresarías ardiendo. Y yo he de regresar a ti una vez haya aprendido a amar. Así lo escribieron los cielos.

La hoguera se había apagado. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora