Agindaaso - Él lee

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—Hay diez miembros más de la resistencia esperándote fuera.

Dibikad nos echaba vistazos furtivos.

—La mayoría no saben luchar, pero...

La tensión era viscosa, un ungüento apelmazado a las paredes del tipi. Los labios me ardían, sensitivos. Namid, dominándose, desvió la mirada. Trazos de lágrimas brillaban inertes sobre sus pómulos. Debía recomponerse lo más rápido posible, el cargo y las circunstancias lo exigían.

—Esperad aquí —se pasó el dorso de la mano por ambos lados del rostro y salió.

Hubo unos segundos de completo silencio. Mano Negra carraspeó, levantándose.

—Siento que...

—Es mi deber —replicó. Le costaba mirarme—. Tampoco pensé que...

"Que Namid fuera a besarte así".

—Idearé un plan para que parezca que estoy con vosotros. Necesitáis intimidad.

Lo que estaba insinuando le coloreó las mejillas.

—No pongas esa cara —fingió distraerse con uno de sus abalorios—. No pretenderás que os haga compañía mientras yacéis juntos. Hay límites.

—Estás yendo demasiado lejos —le resté importancia.

—Nishiime, soy joven y los hermanos no hablan de estos asuntos, pero soy hombre.

Cada vez estaba más azorado y le sonreí.

—Procuremos entonces que no sea más incómodo. Ha sido un...

—Namid me lo ha contado. Sé que os besasteis antes de que te marcharas. Soy un hombre, lo que siente es familiar. Te ríes de mí porque me ves como un niño.

La curiosidad que sentí me alteró tanto como el beso que habíamos compartido. Era un torbellino de confusión y anhelo. En el exterior se escuchaban vítores y aplausos.

—No estoy riéndome. La verdad es que no me resulta nada graciosa la situación.

Por fin me oteó directamente.

—No va a aguantar.

La punzada de la entrepierna fue un azote. Imaginé su lengua entre mis piernas.

—Es..., es... —se esforzó por encontrar las palabras adecuadas. Wenonah se hubiera derretido viéndole—. Es muy difícil para..., cuando te..., cuando te sientes atraído por..., en fin..., ¿no lo ves?

"Claro que lo veo, casi me devora", pensé.

—Es un santo si logra aguantar.

—Está casado, Dibikad —objeté, aferrándome a la enfermiza protección de mis debilidades que me había permitido continuar de una pieza.

—Va a dejar de importar —susurró, acuciante.

Estaba tan confundida con lo que depararía el futuro que me resistía a estar de acuerdo.

—He pasado mucho tiempo con él estas semanas, conociéndonos mejor. Cuando albergas una atracción así por alguien, es imposible pararla. Pasas noches en vela. Pensando en..., pensando en su cuerpo, en... Después de todo lo que habéis vivido, de lo que te ocurrió, es...

¿Le había compartido Namid aquellos detalles?

—Tampoco es fácil para mí —admití a regañadientes, azuzada por la mención a la violación—. Los hombres no son los únicos que tienen deseos.

Mano Negra estaba atento, le intrigaba. Supuse que se había propuesto desenmascararnos para después ayudarnos por separado.

—Las damas también tenemos deseos que no puedo confesarte en voz alta, te escandalizarías. No albergáis el monopolio de las relaciones de alcoba —estaba más alterada de lo necesario, a la defensiva—. Lo que Namid te haya dicho es un trocito de pastel inofensivo en comparación con lo ocupa mis noches en vela. No son besos en la frente, te lo aseguro. Pero estamos aquí para acometer una misión. No puedo dejarme llevar por lo mucho que quisiera probarle en la oscuridad.

Me sorprendieron mis propias confesiones. Casi las había gritado. No había sido repulsivo materializarlas. El rubor en las mejillas de Dibikad era carmesí.

—Esto es muy complicado y por mucho que yo...

Fijó la atención en un punto detrás de mí, mortificado. "Namid me ha oído", supe. ¡Por supuesto que sí, había entrado en el mejor momento! El mestizo hubiera sido aniquilado con la mirada que le ofrecí. Me la devolvió con afán de unas adorables disculpas. La vergüenza me poseyó cuando pasó por mi lado, tenso —tensísimo—, y le costó horrores mirarme de frente. El alboroto poblaba su semblante. Me apresuré en mantener a raya los indecorosos pensamientos que habían estado a punto de brotar porque Namid sería capaz de leerlos.

Quiero morderte. Quiero lamerte. Quiero montarte. Sentirte dentro de mí.

—Será mejor que salgamos —acertó a decir, tímido.

"Los ha leído, lo sabe", sucumbí al pánico.

—Sí, será lo mejor. Salgamos antes de que nos echen de menos —casi salió corriendo Dibikad con una amplia y falsa sonrisa repleta de incomodidad.

Se trató de unos segundos, mas cuando nos quedamos solos, aquella diferencia de altura me excitó. No pude pararlo.

Quiero que me gimas al oído. Quiero que tus manos me dejen una marca en el culo.

"¡Contrólate, Catherine! ¡Puede leer tus pensamientos, maldita sea!".

Y lo hizo. Se dio cuenta. Parpadeó, nervioso, hasta inocente, y tragó saliva. Sus ojos estaban en mis labios, rápidamente corrigió su trayectoria.

—Será mejor que salgamos —repitió.

Alargó el brazo hacia delante, invitándome al exterior, y por fin pude moverme.

—Has hecho un gran trabajo, Catherine.

Su afectuoso susurro vino acompañado de su mano en la parte baja de mi espalda, guiándome, aunque solo tuviera que andar hacia delante. Fue un roce breve, casi imperceptible, pero tan erótico en su ausencia de segundas intenciones que me estremeció.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora