El interior del tipi de Inola era una revuelta en miniatura. Tras las últimas directrices de los cinco, cada jefe se había marchado con los suyos para deliberar quiénes serían los elegidos para la misión. No era una decisión que pudiera tomarse a la ligera y los guerreros correspondientes a cada facción esperaban fuera, expectantes, a que los altos cargos terminásemos con los debates que se supusiera que estuviéramos manteniendo. La realidad de la tienda, si hubieran podido verla, distaba de ser organizada. Inola estaba sentado sobre su baúl, frotándose la frente con aire meditabundo después de haber lanzado de cualquier manera los abalorios que le otorgaban la distinción de ser el heredero del gran Honovi, e hizo caso omiso a las ineludibles miradas de Namid. Su segundo al mando había causado una remarcable impresión en la asamblea pública, mas Zaltana no había tardado en anunciar que, "a petición del joven y prometedor matrimonio", la gran sachem había convocado una celebración sagrada al día siguiente para bendecir su unión y disipar a los malos espíritus. Desde aquel instante, un eclipse rodeaba su cuello, secuestrando la turbulenta luz que alcanzaba a respirar en el sacrificio.
—Debemos actuar rápido. Las huestes están impacientes.
Ishkode, por su parte, intentaba mantener la cabeza fría, al igual que el resto. No obstante, los inminentes planes de partir a parajes tan lejanos como los de Ohio, que en otro momento no le hubieran entristecido por encima de su guerra, en las circunstancias en las que se hallaba, con Métisse encinta y sin haber formalizado su relación ante los suyos, estaban jugándole una mala pasada por primera vez desde que lo conocía.
—Hermano, tú eres el que mejor podrá seleccionar a los guerreros que conformarán la comitiva ojibwa —le respondió Namid.
—Solo conozco a los hombres que viajaron con Waaseyaa y conmigo. Acabamos de llegar al asentamiento. Puedo seleccionarlos por sus capacidades de lucha, pero no por su lealtad, y eso me preocupa. No deben partir los mejores, tampoco los peores, sino guerreros en los que podamos confiar.
—¿Y por qué no seleccionas algunos de los que viajaron con nosotros? Es menos probable que nos traicionen —intervine—. Si solo escogemos a guerreros del mismo grupo, habrá inquinas. Es mejor que Namid seleccione a un par de los nuestros que hayan pertenecido al campamento y sean leales. Has sido su mentor durante meses, no errarás.
Al dirigirme a él —ocultando el nudo en el estómago y las llamas—, le miré por defecto y apartó la vista en un acto reflejo.
—Waaseyaa tiene razón —constató Ishkode al tiempo que Inola asentía.
—Pero lo que os preocupa no son los guerreros, lo que os preocupa es quién de nosotros va a partir —lo dije por fin—. Es evidente que Wenonah va a permanecer aquí.
—Por supuesto —casi se indignó Namid.
—No vas a poder protegerla toda la vida —replicó Ishkode—. Tarde o temprano tendrá que...
—Wenonah es una guerrera de pleno derecho.
—Tal vez no deberíais poneros a discutir —intercedí con cierto sarcasmo—. Wenonah no es la mejor candidata para partir a una misión secreta, al menos no lo es por ahora, pero puede ayudar en otros asuntos como lo ha estado haciendo durante años. Inola estará de acuerdo conmigo, ¿no es cierto? —él asintió, observando a los hermanos estudiarse con recelo—. Seguirá encargándose de los entrenamientos de las mujeres y los niños. Aún tiene mucho que aprender —suspiré—. Dicho esto: ninguno de los cinco jefes puede partir, son los símbolos más importantes de los rebeldes, por lo que Inola queda también descartado.
—Ishkode, tú tampoco puedes partir.
—¿Y por qué diantres no puedo partir, hermano?
—No es el mejor momento para que partas a una misión como esta —musité.
El semblante inexpresivo de Inola se despertó un tanto, sin comprender a qué me refería.
—¿Estás insinuando que, porque Métisse está embarazada, ya no puedo luchar? ¿Que tengo que quedarme de brazos cruzados mientras los demás hacen el trabajo sucio por mí?
Su primo se quedó más quieto que de costumbre.
—No es eso lo que ha dicho —me defendió Namid.
—¿Y qué estáis insinuando entonces?
Inola entonces pidió silencio, lo que significaba que exigía una explicación a las buenas nuevas que le habían sido censuradas.
—Sí, Métisse está embarazada. No he podido comunicártelo antes. Todo ha ocurrido muy rápido. Todavía teníamos que decidir cómo abordarlo y pedirte tu aprobación para que podamos casarnos aquí, lo antes posible. Pero eso no implica que haya de mantenerme al margen, ella sabe qué tipo de persona va a ser su futuro marido. No podéis pretender que...
Ishkode estaba angustiado. Lo notaba en el tono de su voz, en la forma en la que gesticulaba, en lo desesperado que estaba por aferrarse a la utilidad urgente que le proporcionaba la guerra. Namid hubo de percibirlo del mismo modo que yo, puesto que dijo:
—No pretendemos nada, hermano. Ninguno de nosotros podemos interponernos entre tú o entre Métisse, actuáis por libre como dos caballos desbocados, pero, ¿quieres escuchar un consejo? Esta es una misión secundaria, lo sabes bien. Es una misión para ganar tiempo. Es probable que Nahuel tenga otros planes bajo mano. Los guerreros son, en su mayoría, críos que no saben luchar. Hacen falta meses de entrenamientos. ¿Te has fijado en el estado de las armas que poseemos? Se han de retomar los contrabandos, sea con los franchutes o sea con los malditos colonos. Si no tenemos armas que disparen y nuestros enemigos tienen cañones relucientes, no importa lo bien que luchemos, nos masacrarán. Ni tan siquiera tenemos suficientes caballos. Hemos de reforzar filas, por eso los cinco han tomado esta decisión. El campamento te necesita aquí. Eres el mejor luchador vivo que nos queda, estoy seguro de ello. Tú debes enseñarles. Has de vigilar las espaldas de Nahuel. A ti te temen. No se atreverán a matarlo si tú e Inola estáis aquí. Esto no es cuestión de Métisse ni del bebé: confía en mí. Escapaste de prisión, no puedes campar a tus anchas por los bosques. Sí, todos somos proscritos, pero para el gobierno tú eres el cabecilla. Tu responsabilidad ahora está aquí, créeme. Los nuestros piensan que eres una especie de dios.
Se sobrevino un denso silencio. Ishkode se rascó la barbilla, inspirando.
—¿Qué opinas? —le preguntó a Inola.
Él se limitó a asentir, dando su aprobación.
—Está claro que, como segundo al mando del líder, debo partir yo —sentenció Namid.
No me sorprendió que lo propusiera, había estado aguardándolo durante largos minutos. Los dientes dolían dentro de la boca.
—No estoy seguro de que estemos tomando la decisión correcta —volvió a inspirar Ishkode.
—Ninguna decisión va a resultarnos satisfactoria, se vaya quien se vaya —opté por decir, ya no tan segura como antes en mis miradas. "Arranca los sentimientos, arráncalos de cuajo, Catherine", me repetí. —. Al fin y al cabo, hay un grado importante de peligro y serán meses de viaje en los que no existe manera de comunicarse.
—Alguien debe de hacerlo —insistió—. Para mí es un honor.
"Pisa las raíces, písalas, porque llegará un día en que la lluvia caerá pero no podrá hacerlas rebrotar".
—Inola debe tener la última palabra y la gran sachem debe ratificarla mañana. ¿Cuál es tu veredicto, primo? —se le acercó Ishkode.
Él permaneció pensativo. ¿Sobre qué habrían hablado durante el consejo privado? Anduvo hasta donde nos encontrábamos, midiendo sus pasos. Con sumo respeto, le situó la mano sobre el hombro a Namid. Lo había escogido a él.
"Gran Espíritu, cuida de este hijo tuyo que baila con las estrellas, te lo suplico".
—Miigwech —le inclinó el rostro—. No te defraudaré. Lo juro.
De súbito, situó su otra mano sobre mi hombro.
—¿Có-cómo? —oí a Namid.
—Pero Waaseyaa no puede...
Su mano no pesaba, sin embargo, sus ojos lánguidos sí lo hicieron. Pesaban palabras.
"Ve, nishiime, ve. El Gran Espíritu también te ha escogido".
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Waaseyaa (III): Despierta en llamas
Ficción histórica"El tiempo de los vivos se dilata en el cielo y el cielo es eterno. A los ojos de los ancestros, nuestras acciones son como el mísero aleteo de una mosca. Una década siempre es ayer. El mañana una repetición enunciada ante la pira. Las llamas me...