Obaabaayan - Su padre

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A veces se precisaban vidas nuevas para restaurar la esperanza. Vidas creadas en otros diferentes a nosotros, aunque fueran sangre de nuestra sangre. Había cuerdas que no podían remendar relojes cuyo sentir del tiempo no era sino la batida por el ayer inacabado.

—¿Se puede?

Mi cabeza estaba ya dentro del tipi al haber efectuado la pregunta en un susurro. Hallé a Ishkode sentado junto a Métisse, sobre las pieles, sus manos entrelazadas y guardadas en el amplio pecho de éste. Percibí tal intimidad entre ambos que me estremecí. El guerrero solo se apocopó en sus cariños cuando advirtió que Onawa estaba tras de mí, cabizbaja.

—Ya me marchaba, la asamblea pública estará al caer —se levantó, tenso.

"Está muerto de miedo", pensé. Puede que la reunión privada de los cinco durase horas, ¿a qué venían tantas prisas?

—Curandera —parecía que iba a pegarle un mordisco en cualquier momento y Onawa se asustó—, cuida bien de ella, ¿entendido?

Acosado por un fantasma a la espalda, salió de allí mirándome de refilón. Junio llamaba a los campos y el calor jugueteaba en la piel. Métisse, aunque dejada allí, estaba majestuosa. Nos sonrió con ternura y dijo:

—Mi esposo te necesita más que yo ahora mismo, Waaseyaa.

Jamás se había dirigido a él con el término "esposo".

—Espero que no toleres que no se haga responsable de la criatura. Los hombres siempre están dispuestos a fornicar a diestro y siniestro, pero cuando...

—Onawa, Ishkode no es así —la frenó con pasión contenida.

—No debería dejarte sola en este momento y delegar tus cuidados en...

—Tú, que tanto conoces a los hombres de nuestro tiempo, debes saber que han de existir para pelear, no para saber qué responder cuando el objeto de sus galanteos carga una criatura en su vientre. Esos consuelos son tarea de mujeres. Los hombres proveen otros.

El contenido de la conversación entre ambos era un misterio, pero su fidelidad era intachable.

—Ahora, ve, Waaseyaa. Tu nisayenh te necesita —clavó sus ojos oscuros en los míos. No sabía descifrar qué intentaba decirme—. Estaré bien.



***


Ishkode, para mi sorpresa, estaba en mi tienda, rezando de rodillas frente a la hoguera extinta. No solía rezar, a pesar de que respetaba los mandatos y costumbres de sus ancestros, e intenté avanzar por los límites del tipi para no interrumpirle. Supe que me había escuchado llegar por cómo frunció el ceño, con los ojos aún cerrados.

—¿No te habías deshecho de los cascabeles de los tobillos?

Su comentario me hizo sonreír.

—Me gusta que tú sepas dónde encontrarme.

Él, concentrado en sus pensamientos, también sonrió. Agachó el rostro, tomando aire, y finalizó sus oraciones.

—¿Te ha mandado esa loca mujer a buscarme? —se sentó.

—Enhorabuena.

Su mirada, toda pupila, estaba en guardia.

—Contendré las lágrimas para que no me eches a patadas de mi propia vivienda.

—Ten por seguro que te echaré —sonrió sin enseñar los dientes.

Fui a prorrumpir en un sentido discurso sobre las emociones que me oprimían el pecho, mas guardé el silencio que debía ser ejecutado. Ishkode se aferró a él y aguardé hasta que estuvo preparado.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora