Ambos salimos de la tienda y chocamos con Ajay, quien estaba a punto de entrar en ella. Sin pensar, Ishkode me apartó disimuladamente de su trayectoria. Su sonrisa, la que parecía causada por una chanza que solo el mohawk había entendido, no desapareció. Nahuel había asegurado que aquel hombre había asesinado a su predecesor para obtener el liderazgo de la tribu y le estudié con cierta distancia.
—Parece que Nahuel tiene cola para sus consultas —bromeó, despreocupado.
Yo estaba pálida, más que de costumbre, y él lo notó.
—Ya nos íbamos. Es todo tuyo —dijo Ishkode, inaccesible.
Con clara antipatía, mi nisayenh me tomó de la muñeca, obligándome a caminar hacia delante. Por el rabillo del ojo capté cómo Ajay me hacía una reverencia, más sonriente, y se perdía dentro del tipi.
—Nunca te quedes a solas con él —me advirtió conforme nos alejábamos entre las tiendas—. Es un perfecto aliado. Lo malo es que los perfectos aliados en una guerra siempre son unos descerebrados imprevisibles —mi silencio fue suficiente asentimiento—. Hemos de hablar en privado, como bien sabes, pero me requieren para que me encargue de unos caballos salvajes que están dando muchos problemas y se cargaron a un niño el otro día. Hablemos después de los rezos. No te olvides de tus entrenamientos.
Ya se estaba alejando, sufragado por numerosas tareas y guerreros novatos a los que adiestrar, pero le detuve.
—Espera, nisayenh —apreté su mano. "¿Por qué no me has regañado por lo ocurrido en el banquete?", cuestioné—. Gracias por haberme protegido.
Había tanta información nueva que asimilar que mi cabeza era un hervidero de dudas, sin embargo, me había propuesto ser más generosa con mis emociones.
—A los amigos no se les dan las gracias.
***
Supuse que Onawa estaría reunida con Mochni y me dirigí al tipi de Wenonah. En su honor, entré sin llamar y la encontré, para mi sorpresa, charlando con un corpulento joven que no conocía. Al verme, ambos se pusieron de pie y ella corrió a abrazarme.
—Nishiime, ¿dónde estabas? Ven, te presentaré a Amaru.
Con solo darle un vistazo, deduje que se trataba del guerrero en el que estaba interesada. De elevada estatura y repleto de músculos, su larga cabellera fulgía, peinada en aceites. Vestido con escasa ropa, como era propio en la tribu hurón, fue difícil no contarle las líneas de los abdominales. "Podría ponerse una camisa. Al menos por respeto a las mujeres del poblado", bromeé para mis adentros. Carecía de una belleza refinada, era más bien ruda, y, por encima de todo, se aprovechaba de la propia consciencia de su despampanante físico.
—Amaru, esta es mi nishiime, Waaseyaa.
"¿Está haciéndome ojitos?", me escandalicé cuando nos analizamos.
—He oído hablar mucho de ti, Waaseyaa.
"Este chico es un mentecato", sentencié. Albergaba un sexto sentido para tales especímenes. "Mi hermana Jeanne te hubiera calado en un segundo".
—Que los espíritus te guíen —le devolví el saludo, distante—. Wenonah, ¿estabais pasando el rato?
"Oh no, te has convertido en la hermana mayor. La aguafiestas".
—Sí. Aunque tenemos que ir a entrenar. ¿Vienes?
—No. Me uniré más tarde.
Wenonah percibió que algo había ocurrido y frunció el ceño.
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Waaseyaa (III): Despierta en llamas
Historical Fiction"El tiempo de los vivos se dilata en el cielo y el cielo es eterno. A los ojos de los ancestros, nuestras acciones son como el mísero aleteo de una mosca. Una década siempre es ayer. El mañana una repetición enunciada ante la pira. Las llamas me...