—Salid.
—Pero, Namid —protestó Dibikad—. Motega...
—He dicho que salgáis.
Ayudó a la pálida Megis a levantarse y ambos nos dejaron a solas. Estaba dándome la espalda y le miré, conocedora de que debía darle unos minutos para que me hablase.
—Deberíamos matarla —dijo por fin, muy bajito.
Tragué saliva. Tenía razón.
—Nuestros superiores nos hubieran ordenado matarla. Mi clemencia puede ser fatal para la misión.
—No es culpa tuya —repuse.
—Sí lo es, Catherine. Soy vuestro líder. Si decide parlotear de lo que no debe, aunque fuera difícil de creer, la historieta correría como la pólvora. Deben viajar con nosotros. Solo espero que en la votación los ancestros nos escuchen y la mayoría vote que nos acompañen. No puedo arriesgarme a enviarlos al campamento de los cinco, no confío lo suficiente en ellos, pero si los dejamos aquí..., no podré controlar lo que haga. Es eso o matarla aquí.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. La soledad que imponía la lucha por la libertad era en ocasiones tan dispendiosa como arrebatar una vida. Codiciaba compañía para sobrellevar mi demonios, pero mi misión la aniquilaba constantemente.
—Si permites que viva es por mí —me tembló la voz.
Débil. Débil. Débil. Débil.
—Es por los dos —se dio la vuelta, serio—. Yo no soy como mi hermano. Es una buena chica. Las buenas chicas también se transforman en malas. No podemos salvar al mundo, Catherine.
Thomas Turner ya me lo había advertido.
—Dependerá de las votaciones. Si el resultado es que se queden, tendré que matarla.
¿Por qué sugerí que lo sometiéramos a votación?
—Seré rápido, un accidente. No quiero acusarla injustamente para justificar ante el resto por qué me he deshecho de ella.
Namid conocía mejor que yo métodos indoloros para matar, era otro de los secretos que guardaba bajo llave.
—Es mi responsabilidad, su muerte me pertenece.
—No debí de haber dejado que durmiera contigo —musitó—. No quiero que te sientas sola y ello ciega mi juicio. Es mi responsabilidad. Con toda probabilidad habremos perdido al grupo de Liwanu, no es el mejor momento para tomar decisiones erróneas. Ven, te curaré las quemaduras.
Sin aguardar mi respuesta, me tomó de la muñeca, sentándome al lado de la pequeña hoguera. Evitaba mirarla, todavía el sudor frío de la nuca me recordaba lo que había visto en el fuego. Se acercó al macuto y sacó sus ungüentos, después tomó asiento.
—Supongo que Honovi no tenía este problema —susurré.
—¿Cuál?
Estaba concentrado, sopesando la gravedad de las llagas. Di un respingo al recibir el dolor de sus dedos impregnando el denso ungüento verdoso.
—Quemarse.
Namid alienó sus ojos con los míos. Cada día había dédalos más y más profundos. Ni cinta roja que pudiera sacarlo de ellos.
—No puedes decirme qué has visto —también susurró.
—Sokanon está muerta, Namid —confesé—. Su caída va a traer la ejecución de Honovi. Pronto. Lo siento en el aire.
El parpadeo de sus pestañas fue lento. No solía tener problemas para soportar las miradas de los demás, ya no, pero me costó horrores no amilanarme ante la suya.
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Waaseyaa (III): Despierta en llamas
Historical Fiction"El tiempo de los vivos se dilata en el cielo y el cielo es eterno. A los ojos de los ancestros, nuestras acciones son como el mísero aleteo de una mosca. Una década siempre es ayer. El mañana una repetición enunciada ante la pira. Las llamas me...