Ganawaabanjigaazo - Ella es mirada

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Inola tampoco me soltó cuando entramos en el gran tipi, donde la asamblea se reunía un par de veces por semana para tomar decisiones o analizar futuras complicaciones. Jamás había estado en una tienda tan grande. Poseía una gran hoguera en el centro, alrededor de la cual había pieles extendidas o bancos hechos con troncos. En la pared final se erguía la estatua de madera del Gran Espíritu, una mujer curvilínea, sin rostro definido, que alzaba sus manos hacia delante, sobre las que sus vástagos depositaban ofrendas de flores frescas. La estancia olía a incienso y a piel curtida. Delante de la figura femenina, seis tronos destacaban, no por su ostentosidad, sino porque estaban más elevados que el resto de los asientos. "¿Por qué hay seis?", pensé, abrumada por una mezcla de sensaciones.

Todavía estaba emocionada por el reencuentro y, nada más notar la curiosa mirada de Nahuel sobre mí, recordé a Helaku, el único hijo que le quedaba vivo. ¿Cuándo sería el momento adecuado para informarle de su estado? Ishkode no dejaba de hablar con Yuma y Mochni. Era extraño verles ponerse al día cuando no se habían visto desde hacía largos años. El primero había mantenido una larga enemistad con los ojibwa y el segundo había sucedido a su padre en 1760, tras haberle perdido en una refriega contra los casacas azules.

—Bonito adorno —señaló el tatuaje que se dejaba entrever en los dedos deformes no cubiertos por la manga de la camisa.

Fui a contestarle que se trataba de la danza del fuego, pero me detuve al instante: ya lo sabría, por eso había puesto atención en aquel detalle. Su sonrisa se amplió.

—¡Nishiime, nishiime!

Antes de que pudiéramos mantener cualquier tipo de conversación, Wenonah irrumpió dentro sin pedir permiso. Los demás guerreros habían sido relegados afuera e Ishkode frunció el ceño al verla aparecer sin ningún tipo de rectitud. Haciendo caso omiso a las costumbres que conllevaba el rango, me abrazó. A corre prisa, Onawa entró. Una vez allí, su cara se coloreó de vergüenza por la inadecuada intromisión. Contuve la risa al percatarme de que había estado siguiendo a Wenonah para que ésta no hiciera lo que acababa de hacer.

—Perdonen —bajó el mentón, aunque dirigiéndose a Ishkode—. Ya nos íbamos.

Nuestra despreocupada amiga estaba llenándome de besos y Onawa la regañó apretando los dientes. "Le pateará el trasero cuando la saque", supe.

—Wenonah, vamos. Sal. Luego podrás verla —insistió—. Vamos.

La joven de ya dieciocho años me dio otro beso en la mejilla, guiñándome el ojo.

—Luego nos vemos. Me echan.

—¡Wenonah! —saltó Ishkode, afrentado.

—¡Adiós!

Onawa tiró de ella soltando humo por las orejas y maldiciendo por lo bajo. Me fijé en que Nahuel era el único que se había tomado aquella escena con humor.

—Tu hermana es un torbellino de alegría. Y una fabulosa guerrera —le dijo a Ishkode. Éste no aceptaba el carácter de Wenonah con tanta benevolencia y bufó—. Juventud, divino tesoro.

Su mirada me atrapó por segunda vez.

—La quiere mucho, señorita Catherine. Creo que le ha contado al campamento entero todos sus secretos.

—Espero que no todos —le sonreí con timidez.

"¿Y cuáles son todos?", pareció inquirir en sus pensamientos mientras me miraba con ternura.

—Los jinetes han regresado —comentó de pronto Yuma—. Saldré a avisar a Ajay.

La forma en la que Inola apretó, casi imperceptiblemente, mi antebrazo contra la parte alta de su abdomen, me indicó, junto con el sonido de los cascos de los caballos y el repentino jaleo proveniente del exterior, que Namid habría vuelto al poblado también. A pesar de tener el estómago vacío, el eco de su peso me subió hasta la lengua blanda. No sabía dónde meterme.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora