Ishkodewan - En llamas

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El paso del tiempo perdía orden cuando abrazabas fuertemente a alguien como Dibikad, no solo por su condición de amigo, sino porque era sostener a un joven lleno de vida y contradicciones. Sumidos en el silencio que había precedido a un rabioso parlamento por su parte contra lo sucedido y mi escucha discreta, Namid entró a la tienda como si nada, parándose en seco al encontrarnos de aquella forma.

—Disculpad —se trabó, quieto unos segundos en la entrada antes de decidir si esfumarse por interrumpir la escena que su mente había calificado de manera opuesta a la que era en realidad.

Ambos habíamos estado concentrados hasta aquel momento, sin siquiera oírle llegar, y Dibikad se apresuró en alejarse un poco y detener su huida, todavía en el suelo, cercano a mi cuerpo.

—¿Dónde estabas? —le preguntó, forzando una sonrisa y dejando atrás sus penas. Era evidente que lo apreciaba. Buscaba en él una figura paterna —. Pero, ¿dónde diantres vas?

Mano Negra se rio por la aparente urgencia en el rostro de su compañero, pero ni él ni yo nos reímos ni un ápice. Inspiré, alzando la vista de las pieles, y le miré. Estaba sudando. Dudaba de mis intenciones con Dibikad. ¿Acaso no se había dado cuenta de que Wenonah era la diana de sus afectos? ¿Estaba ciego?

—No sabía que tenías compañía —aclaró, manteniéndose en el mismo sitio. De pronto, al fijarse, advirtió que había estado llorando—. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?

Ishkode jamás habría preguntado sobre el bienestar de un ser querido, al menos no así, y se me constriñó la boca del estómago. Enterrada bajo aquella preocupación sincera, carente de estratagemas, estaba el Namid del pasado.

—Os dejaré a solas —me puse de pie, distante. Mi labor allí había terminado.

—¿Estáis bien? ¿Por qué no estáis en la ceremonia?

"¿Por qué no estás tú?", quise escupirle a sus altos pómulos. Con un solo vistazo pude saber que había estado cabalgando durante horas, ajeno al acontecimiento social que se estaba llevando a cabo. Su intención, de no habernos hallado, había sido la de encerrarse en el cedido tipi hasta el día siguiente.

—Nishiime, ¿crees que Wenonah querrá hablar contigo?

Ya estaba casi al lado de Namid, dispuesta a salir. Su pecho, chispeante por el sudor que le caía por la camisa entreabierta, subía y bajaba por la actividad física previa. Le costaba mirarme.

—¿Qué ha hecho mi hermana esta vez? ¿Es por eso por lo que estabais aquí?

—Deberías explicarle lo que ha ocurrido a Namid.

Al pronunciar su nombre, la tensión aumentó.

—Pero, ¿qué ha pasado? —frunció el ceño, confuso.

Los enrojecidos ojos de Dibikad, no recurriendo a las palabras, me pidieron que fuera yo la que me encargara de informarle. No era lo mismo abrirse en canal conmigo que con él: era un varón, un superior en el campamento, y el hermano mayor de Wenonah. Además, durante el largo monólogo mantenido, no había asumido ni una vez que albergaba sentimientos por ella.

—Dibikad necesita dormir —torcí el gesto, accediendo—. Salgamos.

—Pero...

—Miigwech, nishiime.

—Y lo que me vais a costar de criar... —le sonreí, comprensiva—. Eso sí, que ni se te pase por la cabeza una aparición estelar en la tienda de Wenonah al amanecer o te pegaré una paliza. Mañana, con calma, veremos cómo solucionar el asunto. Ahora descansa y recuerda lo que te he dicho. Vamos, Namid.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora