Giimoodaajimowin - Un secreto

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—Vayamos a mi tipi.

El urgente susurro de Ishkode, acompañado de un tirón de brazo, aceleró mi paso fuera de la tienda donde los cinco, deshojados de sus demás acompañantes, se reunían, en completo cónclave secreto, con Wanageeska y Zaltana.

—Namid, vamos —azuzó a su hermano.

Éste estaba unos pasos más atrás, todavía cerca de los segundos al mando, también excluidos. Todos ellos, menos los dos que conocían mi secreto, no podían disimular su pasmo por lo que acababa de ocurrir entre el Espíritu Blanco y yo. A pesar de que la anciana se había apartado de mí enseguida para que su sobrina se dirigiera a Nahuel y acelerar así el curso de la primera reunión —verdadero objetivo de su llegada allí—, la amenazante tensión, provocada por que alguien tan poderoso como ella se hubiera detenido en una segundona de aquella huestes, por muy persona de confianza que fuera de los ojibwa, me cerró la garganta. Ishkode disimuló a duras penas su nerviosismo, aprovechando la primera ocasión que tuvo para que saliéramos.

—Las habladurías de las serpientes comenzarán pronto.

Se dirigió a mí en voz baja al tiempo que nos alejábamos, sin soltarme. Por un momento, me había transformado en carroña expuesta para los altos buitres, en particular para un Ajay que, con el ceño fruncido de desconcierto, estaba a punto de lamerse los labios de gusto. Entre la bebida y los bailes, los tres cruzamos el campamento —Namid pisándonos los talones, nunca a nuestra altura—, arribando por fin al lugar donde estaba a salvo de cuchicheos conspiratorios.

—¿Por qué diantres te has acercado a Wanageeska? Has desviado su atención hacia mí —protesté nada más estuvimos los tres a solas.

En una esquina, Namid estaba en guardia, sin entender qué ocurría.

—¿Crees que no se hubiera percatado de tu presencia? Nahuel te lo advirtió.

Di varias vueltas alrededor de las pieles, nerviosa. La visión que había despertado su tacto era reciente en la memoria.

—Me ha llamado...

—¿Qué has visto? —reclamó Ishkode.

—Me ha llamado... —me esforzaba por recordar.

—"Una hermana besada por el fuego, nacida entre cenizas, despierta en llamas" —prorrumpió la voz de Namid, seria—. Eso es lo que te ha llamado.

Ambos nos giramos para mirarle. En su expresión predominaba el alboroto, la falta de respuestas, pero también una resolución glacial. Tragué saliva.

—¿Y qué significa eso? —exigí, un poco a la desperada.

—No es la primera vez que lo escuchas. Honovi, Onida, yo mismo, descubrimos que tu sino estaba besado por el fuego, que eras uno de los nuestros. Lo susurran tus cabellos —no había sentimentalismo en sus explicaciones, solo ímpetu para que las interiorizara. Ishkode no hubiera apartado la vista de él en ninguna circunstancia. Toda nuestra atención estaba fija en su parlamento—. Naciste entre cenizas. Volviste a nacer entre cenizas como Waaseyaa. Ishkode efectuó la ceremonia.

—¿Y qué hay de la última parte? —musitó.

La ansiedad me impedía pensar con claridad.

—Eso me lo tendréis que aclarar vosotros. Es evidente que no habéis compartido información relevante conmigo. Información que Nahuel, deduzco, sí sabe.

Aunque velado, el resentimiento estuvo presente.

—No es una decisión sabia ocultarnos información a Inola y a mí. Podemos vernos inmiscuidos en situaciones peligrosas y debemos estar al tanto de la situación personal de los mandos para poder actuar en consecuencia. No puede ser que nos quedemos con la misma cara desencajada que los demás jefes. Debe haber una comunicación franca entre los cuatro, los cinco si contamos a Wenonah, si no, ¿qué demonios estamos haciendo?

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora