Nokomis - La abuela

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Volví en mí cuando Namid estaba zarandeándome de las muñecas. Al parpadear, lo tuve enfrente y su urgencia me despertó del trance.

—¿Qué ha...? —no me salió la voz.

El interior del tipi estaba a oscuras, la señera vela eran los dorados ojos de Namid, preocupados, rastreadores en busca de sangre fresca. Los sonidos mundanos regresaron y escuché un llanto apagado. Me dolían las manos. Dibikad estaba allí, podía sentirlo.

—Enciende la hoguera, no veo nada —le ordenó con más brusquedad de la habitual—. Quédate quieta, Catherine.

—No gritarás, ¿verdad? Porque pienso rajarte el cuello si lo haces.

Mano Negra estaba amenazando a Megis, distinguí sus contornos en el otro extremo de la tienda.

—Enciende la maldita hoguera —gruñó.

—¿Qué demonios ha pasado, Namid? —le susurré—. ¿Megis? —la llamé.

Su mirada me silenció. Todavía me tenía retenida por las muñecas. Entretanto, Mano Negra prendió el fuego, dispuesto a cruzarle la cara de un bofetón a la hurón si desobedecía.

—No debería de haber dejado que durmierais juntas —dijo entre dientes, tan bajito que solo yo podía oírle—. Lo ha visto, Catherine. Has tenido una visión y estaba aquí. Se ha asustado porque casi te lanzas al fuego, tienes las manos llenas de quemaduras —rápidamente me las miré, amparada ya por la iluminación de las llamas, y vi que estaban enrojecidas y con llagas—. Los dos estábamos despiertos. Honovi me ha visitado en mi vigilia. He sabido al instante que ocurría algo al sentirlo al otro lado. Hemos entrado y ella estaba a punto de salir, muerta de miedo. Dibikad ha conseguido taparle la boca antes de que echara a correr gritando para despertar a todos.

 Megis lloriqueaba entre gemidos inentendibles, hecha un ovillo en una esquina.

—Es una..., es una..., una Ataensic..., lo he..., lo he visto...

Me puse de pie, confundida, y el mestizo la cubrió con su cuerpo.

—Catherine, nos oirán —añadió Namid como si supiera más que yo de la situación y se adelantara a mis exigencias.

Las quemaduras ardían. Ella se encogió sobre sí misma al acercarme a ellos.

—Te ha visto —dijo Mano Negra con aplomo—. Casi grita por todo el campamento que eres una Ataensic, La Mujer Cielo, El Cuerpo Anciano. Los hurones han empleado esa palabra en ocasiones para hablar de las mujeres que tienen visiones.

"Nadie puede descubrir que eres una jiibay-waabi", retumbaron las palabras de Ishkode. Dibikad no las podía decir en alto, pero entendí sus alusiones.

—¿Eres consciente del daño que ha podido causar, aunque no fuera su intención?

—Tranquilizaos —intervino Namid. Que estuviese tan calmado no era un buen presagio. Megis murmuraba en delirios, oculta en su propio cuerpo—. No empeoremos la situación. Si nos ensañamos con ella solo porque iba a salir gritando blasfemias, llamaremos la atención. Dudo mucho de que podamos convencerles, en público o en privado, de que Megis está trastornada.

—¿Ensañarnos? —repuse, atónita.

—No voy a matarla, chico —me ignoró.

Ella se incorporó, alertada por la mención de su posible asesinato y, en efecto, Dibikad la amedrantó con la daga desenvainada.

—Así solo vas a lograr que chille y toda la comitiva se entere. Déjame a mí. No tenemos tiempo.

A regañadientes, él se apartó. Mi mente era un caos. Todavía oía voces, espíritus cruzando, otros atrapados. Por su parte, Namid se arrodilló para estar a la altura de la joven hurón.

—Megis, hermana mía, seré franco: ¿qué has visto?

—Está aterrada, no es...

Me calló con un aleteo de su mano, centrándose en ella.

—Tengo poco tiempo, los demás pueden percatarse si se despiertan. Seré justo si tú lo eres con Waaseyaa. ¿Qué has visto?

—Ha apagado la hoguera con las manos —dijo, tartamudeando—. Era como si no pudiese arder... —las lágrimas regresaron—. Ella, ella..., ha hablado con voces de espíritus... Lo he visto. No estoy loca. Sé lo que he visto. Estaba bien y, de pronto, era como si..., como si..., como si estuviese poseída, como las hechiceras de antaño... Pensaba que, pensaba que iba a quemarse viva...

El suspiro de Dibikad, a mi lado, retumbó.

"Por favor, dejad de gritar, parad, por favor".

—Has sido justa y sincera. Tu preocupación te ha hecho salir en busca de ayuda. En consecuencia, yo seré justo y sincero contigo. Tienes dos opciones: guardar el secreto o no guardarlo. No hay forma de que sepa que tu palabra va a cumplirse, solo si confío en ti por instinto. Es un regalo muy generoso.

—No podemos confiar solo en su palabra, Namid —se alteró el mestizo.

—Debería matarte, lo sabes.

Aquella resolución fue directa y monótona, hasta yo sentí el escalofrío.

—Estamos dispuestos a matar a cualquiera que ponga en peligro a Waaseyaa. Nos da igual quién sea, el aprecio que le tengamos, lo útil que sea para la resistencia. Es el peso de nuestro juramento. Y nadie vive para romperlo.

—Megis jamás me traicionaría —intercedí por ella, afónica.

—Todos tus seres queridos pueden llegar a traicionarte, Catherine —atajó, implacable. Ishkode hubiera estado tan decepcionado—. No la conoces, vuestro mutuo cariño es reciente. Dime, Megis, has visto lo que has visto, pero puedes contarlo o no. Podría colgarte de un árbol y decirles que intentaste atacarla de noche, cualquier excusa valdrá. No vales nada para ellos, ni tampoco para la guerra si eres como la piedra del camino que entorpece al viajante. El relámpago que portas implica proteger a Waaseyaa con tu propia vida. Pesa años y años de huérfanos. ¿Eres digna de él?

Ella clavó sus ojos en los míos. Había en ellos una curiosidad titubeante, asustadiza. Todavía no alcanzaba a comprender lo sucedido, mas sabía que era importante. El Relámpago me habría elegido por aquel don, debió de pensar. No anhelaba luchar contra lo que estaba por encima de su propio conocimiento, sino acogerlo. Era consciente de su lugar en el mundo. Mucho más que cualquiera de nosotros.

"No quiero perderte", le supliqué, "quiero salvarte".

—Responde —la espoleó.

Pudo haber respondido que no deseaba morir, que accedería a mantener silencio porque su vida valía más, sin embargo, Megis se arrodilló y juramentó:

—Pisar a la flor madura sin permitir que muera en su estación está maldito. Los vivos no podemos ignorar lo que ya han escogido los muertos. Lo sagrado no ha de quebrarse. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora