El maravilloso contraste de la fresa natural y la leche condensada explota en mi boca de la manera más dulce. Ni siquiera me importa que mis dientes duelan por la cantidad de frío a la que los estoy sometiendo. Necesito tomar mi segunda cucharada antes de que el sabor desaparezca. Celeste y yo suspiramos cerrando los ojos y el destello rosáceo traspasa nuestras camisetas.
—No me voy a cansar de repetir que amo estos helados—expresa tomando asiento frente a la ventana con vistas al precioso cielo que lentamente va adquiriendo las tonalidades cálidas que despiden al sol.
Asiento concentrando en lamer las gotas que empiezan a descender por mi cono. No podría estar más de acuerdo con ella, la señora Parker, en su pequeño local de paredes verdes y muebles de madera rústica, vende los helados más deliciosos de toda la ciudad.
Un mohín aparece en mis labios cuando recuerdo porqué estamos aquí.—¿Te das cuenta de que este es la última vez que vendremos juntas?
Mi amiga rueda sus grandes ojos azules para después mirarme como si yo hubiese dicho la cosa más absurda del mundo.—No seas exagerada.
No estoy siendo exagerada. Desde que puedo recordar hemos venido aquí todas las semanas para pedir lo mismo, ella un helado de pistacho y yo uno de fresa. Nuestros padres fueron los primeros en traernos y desde entonces decidimos crear nuestra propia tradición y ahora que se va no será lo mismo.
—Ya hemos cambiado nuestro día al jueves porque no estás mañana, eso no me preocupa, pero no podemos tener un viernes de helado si tú estás en Nueva york.
Celeste traga y su mirada se pierde por unos segundos en un punto imaginario entre sus manos.—No me voy por la eternidad y en vacaciones vendré a visitar.
Me alegra mucho que haya conseguido entrar en la universidad que tanto soñaba pero por otro lado siento que soy una egoísta por desear que se quede aquí conmigo, pasando los Viernados y aguantando mis ataques de dramatismo.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo y sabes que nunca rompo mis promesas—dice en tono serio antes de que una dulce sonrisa de finos labios rompa su seriedad.
—¡Te quiero!—Las comisuras de mis labios se estiran genuinamente y grito alto llamando la atención de la pareja que se encontraba besándose con ansias en uno de los sillones del fondo:—¡Te quiero, niña de las manías!—. Y me inclino para abrazarla esparciendo besos por la pálida piel de su redondeado rostro. Celeste me devuelve el gesto con tanta fuerza que necesito pellizcarla para que no me mata.
—No tengo manías, niña de los ricitos.
La miro incrédula y me llevo una mano a la frente, soltando un silbido.—¿Necesitas que te las recuerde?
No podría contar con los dedos la cantidad de hábitos extraños con los que cuenta. Desde ordenar la ropa alfabéticamente según la etiqueta, hasta no pisar ciertas baldosas de la calle porque no guardan simetría con las demás.
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Between stars
RomanceTienes un secreto que podría arruinarte la vida. Empiezas a calcular tus pasos, acciones, palabras y la gente que se acerca a ti. Algo se te sale de las manos, terminas conociendo a la versión andante de una radio sin botón de apagar. La odias, la d...