23. Clandestino

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Si la emoción fuera una droga ahora mismo tendría una sobredosis

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Si la emoción fuera una droga ahora mismo tendría una sobredosis. Mi corazón palpita con fuerza mientras mi pelo vuela por todas partes, acompañando los movimientos de mi cuerpo. No sé cuantos chupitos llevo, tampoco sé cuánto tiempo llevo bailando pero sí sé que estoy disfrutando cada segundo como si fuera el último. Rigel está apoyado contra un árbol, hablando con dos chicos pero no despega sus ojos de mí, toda su atención me pertenece. Lo malo del alcohol es que te conviertes en esa persona que controlas cuando estás sobrio. Si hubiese estado sobria ahora mismo no estaría perreando entre un grupo de desconocidas; no estaría disfrutando de la manera en que la mirada de Rigel quema sobre mi cuerpo; y tampoco estaría a gusto con la atención que estoy recibiendo.

Una fiesta clandestina, nunca me hubiera imaginado que sería capaz de asistir a algo así. El alochol, las drogas y el sexo están en cada lugar al que miro. Toda clase de actividades ilegales, peleas, carreras de motos y hasta venta de alucinógenos. La adrenalina es palpable en el ambiente y todos los destellos se sincronizan en un tenue tono amarillo. Bailo sin importarme nada, sigo bebiendo porque sé que él está aquí y no ha tomado nada. Porque quiero confiar en que no dejará que nada me pase. Le sonrio desde la distancia y hago una señal para que se acerque pero el señor glaciar niega con la cabeza, continúa hablando con sus amigos.

—Bailas bien— grita una chica rubia sobre la música, sus ojos están tan rojos — ¿Quieres un poco?— me ofrece lo que parece ser un blunt.

Mi razonamiento está tan nublado que una risilla tonta se escapa de mi garganta. Acepto el porro y lo observo entre mis dedos como si fuese una especie de planta sin descubrir. Mi angelito me grita que no debería pero el pequeño diablo le tapa la boca y me dice que solo se vive una vez. Llevo el porro a mi boca y el sabor es repugnante pero me decido por darle una calada. cierro los ojos y cuando estoy apunto de llenar mis pulmones de humo el blunt desaparece de mis labios, cayendo al suelo.

—¿Qué mierda haces?—  Rigel masculla entre dientes y su ceño se frunce hasta formar tres finas líneas sobre su nariz.

—Tú.... lo has tirado— lloriqueo golpeando en su pecho con mi índice.

Pirulo bufa y se desordena el cabello —. No debería de haberte traído.

—¿Por qué eres tan malo conmigo?—mis labios forman un patético mohín del que me voy a arrepentir mañana.

«Espera ¿lo he dicho en voz alta. Mierda, lo he dicho en voz alta».

Todo lo que pase hoy se tiene que quedar encerrado en esta noche como cuando vas a las vegas y decides que nunca más vas a hablar o recordar lo que pasó en las vegas.

—Vamos

—No me quiero ir.

El pelinegro se toca el puente de la nariz exasperado, aunque sus ojos transmiten algo parecido a la preocupación la gélida expresión de su rostro me dice otra cosa. Doy un respingo al sentir la calidez de su brazo alrededor de mi cintura y su mano en la parte baja de mi espalda. Empieza a empujarme e intento caminar en línea recta pero estoy mareada, mi cabeza da vueltas y mis pies no saben donde pisar.

Between starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora