20. El trato

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—Te dejaré en paz si me dejas ayudarte— ofrezco y salto frente a él, obstruyendo su paso

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—Te dejaré en paz si me dejas ayudarte— ofrezco y salto frente a él, obstruyendo su paso.

Rigel baja la cabeza hasta que nuestras miradas colisionan, se acerca un poco más, su respiración alborota mis mechones sueltos y luego hace cosquillas en la piel expuesta de mi cuello. Me encojo ante la sensación de sus cálidos labios cerca de mi oído.

—No necesito tu puta ayuda— susurra con su profunda voz y se aleja de mí, retomando su camino.

Osea que, pasé toda la noche despierta investigando sobre el destello, las posibles razones por las que no tiene uno y  las posibles soluciones al problema, y me responde así. Le di tantas vueltas al tema que mi cabeza parecía una peonza, tengo migrañas y mi dependencia al café me ha llevado a ser inmune a la cafeína. Y me ha respondido así.

¡Tremendo gilipollas con complejos de Alaska!

La chispa del enfado enciende mi destello rojo y es el combustible para mis pies que se mueven, esquivando algunos estudiantes hasta llegar otra vez a Rainstar. Algo en mi interior sospecha que me estaba esperando por la lentitud de sus pasos pero aparto ese pensamiento absurdo.

—Eres tan maleducado.

Se detiene y me mira por encima del hombro con las cejas enarcadas.

—Se me olvidaba que la princesa no acepta un no por respuesta— dice burlonamente. —Culpa mía.

Ruedo los ojos inconscientemente y mis manos pican por estrangularlo como Homer le hace a Bart cuando lo saca de sus casillas. Estoy a nada de darme la vuelta y olvidar que conozco a un idiota llamado Rigel Rainstar pero es como si una fuerza mayor me estuviese obligando a mantenerme a su lado. Tal vez es lo que dijo el otro día, el dolor en sus palabras que tantas veces he reproducido en mi cabeza. O quizás es la curiosidad que hormiguea por toda mi piel.

—Rainstar, déjame ayudarte— murmuro imitando el ritmo de sus rápidos pasos. Giramos por un pasillo para salir de nuestra facultad y los rayos de sol me dejan prácticamente ciega.

Quiero ayudarlo porque nadie pudo ayudarme cuando más lo necesitaba. Quiero ayudarlo porque sé que aún queda una pizca de esperanza en su interior y si se pierde, ya no habrá vuelta atrás. Quiero ayudarlo aunque a veces lo odie. Quiero ayudarlo porque todo el mundo merece una oportunidad. Quiero ayudarlo porque todos merecen saber que no están solos. La soledad es un veneno que te va consumiendo poco a poco hasta conocer tu punto más vulnerable y matarte sin piedad. Y quiero ayudarlo porque cuando tuve la oportunidad de ayudar a alguien más la deje ir y esa persona se fue tan lejos que nunca pude volver a encontrarla.

—¿No crees que ya lo he intentado?— sus dedos se enredan entre los mechones de su cabello y habla con franqueza—.     No existe nada en este puto mundo que pueda hacer a mi destello brillar.

—Quizás no has buscado respuestas en el lugar correcto.

Pirulo se detiene en un escalón y yo estoy tan distraída que sigo caminando, no paro a tiempo y lo de ser patosa sella mi destino. Como todo el mundo dice antes de morir, veo pasar mi vida frente a mis ojos. Mejor dicho, veo las escaleras que me voy a comer de merienda y aprieto los párpados esperando al momento en el que comenzaré a rodar como una pelota. R.I.P Dally Astrid 2001-2021. Justo a tiempo él tira bruscamente del cuello de mi top, salvándome de la caída. Me llevo una mano al pecho donde mi corazón late a la velocidad de un avión y mi tenue destello morado brilla. Nuestros ojos conectan, verde contra negro y se mantienen así hasta que él decide abrir la boca.

Between starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora