VEINTE

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Me separo sorprendida y lo miro con los ojos entrecerrados.

Lo miro un par de segundos. A la mierda todo.

Vuelvo a unir nuestros labios y empiezo a moverlos de forma desesperada.

Como si necesitara sus labios para respirar. Como si los necesitara para vivir.

Rodeo su cintura con mis piernas y él posa sus manos en mis muslos para sujetarme bien.

Rozo mis labios con los suyos de forma brusca una y otra vez. Una de sus manos empieza a subir desde mi muslo hasta mi espalda baja, haciendo que toda la zona de su recorrido arda.

Suspiro sobre su labios cuando me pega más a su cuerpo con la mano que acaba de colocar en mi espalda baja.

Dylan aprovecha eso para que su lengua entre en juego y empiece a acariciar la mía. Haciendo que mi cuerpo tiemble ligeramente.

¿Por qué tiemblo?

Odio temblar, pero esta vez no se ha sentido mal. Todo lo contrario.

Me gusta que Dylan me haga temblar de esta forma.

Separa su boca de la mía, respirando agitadamente. Sonríe y estoy a punto de sonreír también cuando siento que se deja hundir llevándome con él.

Imbécil.

(...)

—¿Cuando voy a aprender a ponerme de pie de una puta vez? —gruño cuando me caigo de la tabla por ternera vez.

—Eso solo depende de ti. No te rindas.

—Se supone que tú, que eres mi profesor, deberías ayudarme.

—Y te ayudo.

—¿Ah si? ¿Y como lo haces? Porque lo único que veo que haces es reírte cada vez que me caigo al agua.

—Es que te ves muy graciosa. —se justifica.

Bufo y me subo a la tabla. Una vez sentada sobre esta, descanso un poco.

—¿No te resulta excitante que te has liado con tu profesor de surf?

Giro mi cabeza lentamente hacia Dylan, que me mira con una sonrisa divertida en el rostro.

—No ¿Pero sabes lo que si me resultaria excitante? Ir hacia ti y arrancarte los pelos.

—Bueno, cada uno con sus fetiches. —se burla, encogiéndose de hombros.

—¿Fetic...? ¡Vete a la mierda!

Ignoro su risa escandalosa e intento ponerme de pie.

Me emociono cuando logro ponerme de pie. Pero caigo.

Bueno, al menos he logrado estar de pie varios segundos. Eso es un gran avance.

(...)

Me quito los cascos cuando llego a casa.

Hoy, como siempre, Dylan a insistido en traerme. Pero le he dicho que no, que tenía ganas de venir andando y escuchando música y no ha insistido más. Ya debe de estar en su casa.

Siento el repentino impulso de llamar a su puerta tan solo para verle otra vez, pero me aguanto las ganas y abro la puerta de casa.

—¿Cómo se lo voy a decir, Kattia? Ella está sufriendo mucho y... Ahora esto. No lo va a soportar. —nada más entrar, escucho los sollozos de mi hermano.

—Shhs, cálmate. Encontraremos la solución. —responde Kattia, como si estuviera hablando con un niño pequeño.

Me quedo rígida en el sitio. Trago saliva, esperando escuchar algo más. Por suerte o por desgracia, solo escucho los sollozos de Carlos.

BAILANDO SOBRE EL MAR ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora