VEINTICINCO

20 4 2
                                    

Miro a Dylan con los ojos muy abiertos.

—¿Qué pasa? —pregunta, asustado.

—N-nada. —respondo apresuradamente, sintiendo mi cara arder y no precisamente por el calor del momento.

—¿Como que nada? Algo ha tenido que pasar para que me mires con esa cara.

—Que no... —aparto la mirada hacia su pecho, con miedo de subir o bajar la mirada. Ya que ahora mismo me da miedo mirar cualquiera de sus dos cabezas.

Jajaja, sus dos cabezas. ¿Entiendes?

Vale, estoy demasiado nerviosa.

—Grace. —alzo la cara por fin para mirarlo. —¿Que pasa?

—Yo estoy... Muy nerviosa. —uff, me da nervios hasta admitirlo.

Frunzo el ceño cuando sonríe.

—No tienes que estar nerviosa.

—Pues lo estoy.

—Pues no deberías.

—Pero lo estoy.

—Pero...

—Ya lo pillo, Dylan.

Se ríe y en un impulso me lanzo a sus labios. Sonríe sobre mis labios, pero en seguida se concentra en mover sus labios sobre los míos.

—No tienes por qué hacerlo, no me voy a enfadar. —susurra Dylan en una pausa de nuestras bocas.

—Deseo hacerlo.

No hablamos más y solo nos besamos, sin parar. Como si no hubiera un mañana. Como si lo necesitaríamos para vivir. Como si besarnos fuera una droga y nosotros fueramos adictos a ella.

A este punto nuestros besos me han puesto tan caliente que los nervios están desapareciendo poco a poco. Bien, eso es lo que quería. Lo que necesitaba.

Cuando mi deseo de hacerlo de una vez llega a su límite, bajo mi mano hasta su intimidad.

Cuando la rozo todo mi nerviosismo vuelve, pero lo hago a un lado.

La rodeo con mi mano y disfruto de sentirla en mi mano. Me asusta el hecho de que por poco no puedo rodearla con mi mano.

Pero bueno, esto tiene pasaporte y todo.

Nuca... Yo nunca había tocado una. Solo la sentido... Pues ahí, pero nuca la había tocado como tal. ¿Y qué puedo decir? Esta calentita.

La aprieto un poco y Dylan gruñe, olvidándose de mis pobres labios.

Lo miro y con la mirada le pido que me ayude. Él apoya su frente sobre la mía, sin entender mi mirada. Será ciego, el tío.

—¿Qué hago ahora? —pregunto, sintiéndome tontisima.

A ver. Se que lo que hay que hacer es mover la puta mano, pero ¿Como? ¿Lentamente, bruscamente... ? Joder, no tego una puta polla para saber cómo le gusta a los tíos que lo haga.

—Mueve tu mano lentamente. —susurra con los ojos cerrados y su frente aún contra la mía.

Asiento a pesar de que no puede verme y muevo la mano lentamente de arriba hacia abajo, y luego al revés.

Hago eso por un tiempo que no sabría decirte si son segundos, minutos o horas. Incluso puede que días. No, días no. Eso es muy exagerado.

Pero bueno, nunca se sabe.

Al cabo de un rato, Dylan coloca su mano sobre la mía y estoy a punto de ponerme de rodilla a agradecerle a Dios. 

No sé yo si si te pones de rodillas sea para agradecerle a Dios, eh.

BAILANDO SOBRE EL MAR ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora