VEINTIOCHO

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—Hey. —coloco una mano en su hombro en señal de apoyo y me acerco a él para abrazarlo.

Rápidamente reacciona y me rodea con sus fuertes brazos. Me muevo para colocarme sobre su regazo y el me abraza más fuerte aún, hundiendo su cara en mi cuello sin dejar de llorar.

Yo le acaricio el pelo sintiendo como sus lágrimas mojan mi cuello y clavícula. Pero no me puede importar menos.

—Dylan... Cuéntame que ha pasado, a lo mejor así te sientes mejor.

No contesta, al menos no al instante. Se toma su tiempo para hablar con dificultad.

—No puedo... Ahora no puedo.

Lo comprendo, asique continuo acariciando su pelo y ya. Solo estando, solo existiendo. Solo siendo una especie de pilar para él en este momento. Porque sé que es lo único que necesita alguien en esta situación; a alguien que simplemente esté, que a pesar de que no hable tú sepas que está para ti.

Eso siento yo cuando el me consuela y espero que eso sea lo que esté sintiendo él ahora. Porque es una sensación inigualable.

(...)

Bajo del autobús y empiezo a caminar hacia casa.

A penas estoy llegando del trabajo y estoy agotadisima. Solo quiero dormir, con Dylan si puede ser. Pero no puede ser.

Hoy iba a una especie de reunion-fiesta con sus compañeros de trabajo y a saber a qué hora llega. Y encima Carlos también ha ido. Por suerte me queda Kattia, aunque últimamente no se encuentra muy bien y seguramente esté tumbada en la cama durmiendo y simplemente mirando el techo mientras se queja de la vida en voz alta. Si, ella es así.

Frunzo el ceño cuando al llegar a casa, veo a una mujer llamar a la puerta de Dylan. No le veo la cara pero me doy cuenta que es una mujer por su pelo (el cual me resulta familiar pero no sé de qué) y por su figura en general.

Ella llama al timbre y mientras llego a la puerta tengo un debate conmigo misma sobre si informarle a esta pobre mujer que Dylan no está o no.

Finalmente me decido y carraspeo ligeramente antes de hablar.

—Disculpe, Dylan ahora mismo no está pero si usted... —me callo cuando la señora se gira hacia mi y descubro de que me sonaba su pelo.

Es la señora que ayer estaba en la cafetería, la que no paraba de mirarnos fijamente.

—Tú. —susurra.

Frunzo el ceño.

—¿Yo?

—Si, tú.

—Eh... ¿Hay algo en lo que la pueda ayudar?

—Quiero hablar con Dylan.

—Pues hable con él, pero hoy no está y no sé cuando vuelva. Si quiere le aconsejo que vuelva mañana por la tarde, que seguramente esté en su casa, o en la mía. —eso último lo susurro y por suerte no lo escucha, o eso espero.

—No es tan fácil, el no quiere hablar conmigo.

Hago un gesto de sorpresa.

—¿Y eso por qué?

Me mira seriamente durante un par de segundos, antes de hablar.

—Porque me odia.

No hablo. ¿Qué puedo decirle?

—Veo que estás confundida... ¿Acaso sabes quién soy?

Niego con la cabeza y ella aprieta sus labios mientras se pasa la mano por la cara.

BAILANDO SOBRE EL MAR ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora