LXII. Aún en la cabaña

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Perú tenía mucho frío, pues no estaba acostumbrado a ese tipo de climas. Se hizo bolita, tratando de generar más calor, pero le era imposible. Empezó a moverse, buscando que la fricción le proporcionara calor, pero sin éxito.

Una oscuridad conocida se estaba aprovechando de su incomodidad, como un depredador que disfruta de la angustia de su presa, esperando para atacar. Perú sabía lo que pasaría en sus sueños cuando esta se presentaba: sus garras se enterrarían en su cabeza para forzar a salir sus dolorosos recuerdos.

Se movió nervioso, como si quisiera huir, hasta que se topó con un muro blandito, pero la oscuridad seguía su paso firme, dispuesto a atraparlo. Angustiado, en su sueño empezó a quitar lo que fuera que le estorbaba. Su ansiedad aumentaba al ver que sus piernas parecían de plomo, la oscuridad estaba a nada de alcanzarlo y él no podía moverse. Una mano grande se formó de esa bruma oscura, y casi podía observar con pánico como a esta le seguían un rostro horrible y anfibio.

Continuo con su carrera hasta que se tropezó con un árbol. Se giro y la bruma había desaparecido. El olor del árbol lo calmaba, y, de alguna manera, estando bajo de este le daba la sensación de que podría estar tranquilo. Con la respiración aún agitada, se sentó a la sombra del pino, vigilando que la dichosa oscuridad no se atreviese a sorprenderlo. Pese a sentir más calma en su refugio, no podía darse el lujo de bajar la guardia, vio una rama gruesa descansando en el suelo, demasiado pesada, pero la sujeto con fuerza, pues esa era su única arma para defenderse.

Bajo el árbol vio a su familia, parecían organizar un día de campo. Todos lo miraban con sonrisas y él también lo hacía, pero no se acercaba a ellos, seguía a gusto sentado bajo el pino. Sus hermanos y hermanas iban a él a platicar de quien sabe qué, pero el seguía sentado junto al tronco y sin soltar su rama. El cielo de su sueño era de un anaranjado hermoso, como un eterno atardecer, y el olor a bosque lo arrullaba con calma.

Ese era el mejor sueño que había tenido en años, y daría lo que fuera por continuar soñando así de calmado.

Sin embargo, la mañana llego más rápido de lo esperaban los ocupantes de la cabaña. El primero en despertar fue Ucrania, él era un hombre que se levantaba con el sol. Se desperezó y estiro la espalda como si de un gato se tratará, se rasco la cabeza, confundido por haber despertado en su sofá y no en su cama, cuando recordó todo lo que había pasado ayer. Una mueca se mostró en su rostro, pese a su apatía, no era indiferente a la culpa de haber disparado a otra persona. 

Al menos esperaba que su ayuda médica hubiese aliviado las tensiones.

-Que frio- se quejó, pues hacía mucho que la leña se había agotado, ahora la chimenea era un boca de piedra donde el airee frío de la mañana se colaba y lo hacía temblar. El omega supo que debía ir por más leña. Se bajo del sofá y se colocó las botas, pero el ruido que hizo al hablar despertó al canadiense.

-¿Qué haces?- pregunto Canadá con el ceño fruncido y muy alerta. Por alguna razón, a Ucrania le molestaba y entristecía que el canadiense siempre estuviera enojado con él. Tal vez era por su disposición a la docilidad, pero nunca se comportaba como un omega obediente con personas que no fueran su familia.

¿Cómo el alfa de ojos azules podía despertar en él las ganas de actuar como un perro que muestra la barriga para que lo acaricien? Empezaba a odiar a Canadá por generar ese tipo de ideas en él, todo por ser un alfa con un adictivo olor a fogata.

-Voy a traer leña- indico Ucrania con voz calmada, sin buscar pelea y sin develar ninguna emoción.

-Iré contigo- se ofreció el canadiense, pues por muy lindo e inofensivo que se viera el peliazul, ni loco lo dejaría solo con un hacha.

EL TRATO (USA X PERÚ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora