LVI. ¿Por qué a mí?

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Italia tenía sus sudadas manos atadas detrás de su espalda y su boca estaba amordazada con un trozo de tela blanco. Su fino rostro tenía la mejilla inflamada y su ojo modelaba un enfermizo color morado, evidencia de la crudeza con la que lo obligaron a subir al auto.

Más allá del dolor en su rostro, el terror era la bestia que lo mantenía en su asiento y le impedía respirar adecuadamente. Estas personas lo habían secuestrado a plena luz del día y en un lugar lleno de testigos, y no se habían molestado en tapar sus ojos o sus rostros.

En pocas palabras, sus secuestradores no se iban con juegos y no tenían miedo a la ley. La idea de que no saldría vivo de esta situación se afianzaba más y más en sus entrañas. Quería vomitar, gritar, llorar, rogar, amenazar y rugir, todo al mismo tiempo. Sus feromonas delataban su angustia, pero esas personas parecían inmunes a las mismas. 

Conduciendo iba un alfa bajo, de cabellos cafés y con heterocromía, y del lado del copiloto estaba el famoso España, padre de su amiguito. Los tres avanzaban en un tenso silencio, con Italia dando todo de sí para no sucumbir al pánico, apenas lográndolo.

"No mamá, no seré el siguiente líder de la mafia ni pienso seguir tus pasos, ¡quiero explorar el mundo y preparar café!"

"Si, claro Perú, te ayudaré en lo que necesites"

"Si así suena el silbato, ¿Cómo estará el tren? ¡Pagaría por conocer a España!"

Quería golpearse por tener decisiones y deseos tan estúpidos. Mientras se sumergía en su espiral de desesperación, trataba en vano de recordar los alrededores, con la vaga idea de escaparse en cuanto tuviera oportunidad. Conducían a gran velocidad hasta salir de la ciudad, cuando de pronto dieron un giro tan brusco que Italia termino golpeándose con la ventana. El golpe fue tan duro que lo desoriento y lo hizo ver luces blancas, apenas abrió los ojos, noto que ahora el auto se desplazaba por un camino de tierra y estaban rodeados de altos muros de selva, en la distancia pudo notar un edificio blanco, pero solo fue un destello. 

Estaba asustado, ¿Cómo rayos podía existir una propiedad así cercana a la ciudad? Lo peor de todo es que también parecía ser el lugar ideal en donde esconder un cuerpo.

Entonces, se detuvieron frente a lo que parecería una bodega, rustica y abandonada.

-Avisa a Colombia y Venezuela que llegamos. Asegúrate que no lo vean los niños ni nuestro invitado- El conductor freno y asintió con la cabeza. 

Uruguay lanzó una rápida mirada al italiano y sonrió con perversión, luego se bajó del vehículo y camino hasta perderse detrás de unos árboles. España también bajo y abrió la puerta del pasajero, sin miramientos, lo tomo del cuello y lo guio al edificio viejo, gris y feo. Italia no se resistió.

El interior era aún peor, el suelo era de concreto sucio, apenas estaba iluminado y la decoración consistía en miles de cadenas y ganchos cayendo del techo.

Sin darle oportunidad de nada, España sentó al italiano en una silla y empezó a atar sus brazos y pies.

-Escúchame bien tío- el español se colocó frente al italiano y se puso de cuclillas, con su mirada verde brillando como el veneno- No se quienes creéis que son, pero os juro que se metieron con la gente equivocada. Os dejaré aquí un rato mientras voy por vuestra amiguita.

Se levantó y salió. Solo entonces, Italia pudo respirar con algo de tranquilidad, al menos, no lo colgarían... por ahora.

Pasó un par de horas en completo silencio, al principio, intento forzar sus ataduras, sin éxito. Intento gritar más su voz se perdió en las paredes de lamina y nunca obtuvo respuesta, lastimando su garganta en el proceso. Ahora, se desvenaba el cerebro buscando opciones para salir de ese embrollo, en su ingenuidad y desesperación, deseo que su madre apareciera de pronto y lo rescatará.

EL TRATO (USA X PERÚ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora