XI. Los deseos del alfa son incómodamente honestos

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-Señor ¿está bien? - pregunto alarmado Washington en cuanto vio la cara hinchada de su jefe.

-Solo tráeme hielo- urgió USA y azotó la puerta de su oficina. Poco le importó la cara confundida de sus empleados.

"Fuck, fuck, fuck" Ese día se había levantado como todas las mañanas: cansado y con ganas de no salir a ningún lado. Pensó que ir a esa cafetería por algo potente lo ayudaría a despertarse completamente.

También sabía que tendría oportunidad de ver al mesero. El ir a ese sitio se había convertido casi en una rutina para él. No quería aceptarlo, pero la única razón de su visita era para verlo a él. Cuando lo miraba, cierta paz interior lo invadía.

Además, el chico emitía ese aroma dulce, que le recordaba a la miel, mezclado con alguna fruta. Era refrescante y le encantaba ese olor.

Cuando lo vio la primera vez, pensó que el chico era una copia exacta de su antiguo mejor amigo, pues sus rasgos faciales eran similares y tenía la misma altura que México a su edad. En resumen, era lindo. Pero al verlo con mayor con atención, podía afirmar que su rostro moreno y lleno de pecas era adorable. Además, su cabello rojizo le daba un aura suave y distraída. El rasgo más sorprendente eran sus ojos, siempre había creído que eran cafés, pero ahora, a la luz del sol, noto que tenían un tono verde.

Otra cosa que le encanto fue su voz, lejos del aburrido discurso de bienvenida, su voz era hipnotizante. Le encantaba cada reacción nerviosa de aquella voz.

Pero también sabía que sus visitas a aquel lugar eran para corroborar lo que su memoria le marcaba como cierto: Ese chico era el hermanito de México, ese al que... Interrumpió su linea de pensamiento. Aún no podía perdonarse por eso.

¿La culpa era lo que lo motivaba a perseguir al peruano? ¿Buscaba su perdón?

El sentimiento de culpa volvió a apoderarse de él, pero también el miedo. Al parecer, Perú no lo había reconocido, pero eso no significaba que no lo haría en algún momento. Toda la lógica le decía que no debía contactar al menor, ya había confirmado lo que creía saber, no tenía por qué seguir arriesgándose de esa manera. El que lo hubieran vetado bien podría ser la señal divina que necesitaba para alejarse.

Pensó en el joven, se veía malditamente bien con esos pantalones. Jamás pensó que, debajo de toda esa ropa vieja, el peruanito tendría tan precioso trasero. Dios, parecían unos un par de jugosos y tentadores duraznos.

USA había visto bastantes traseros en su vida, y sin lugar a duda, los de aquel chico entraban en su top 5, aún si no los había visto al desnudo.

Un pensamiento lo atacó, se imaginó al peruano, de espaldas, apoyado en la pared y levantando su trasero, esperando que USA lo liberara de su tela.

-Daddy- le llamaba el Perú de su imaginación- quiero que me tomes, daddy.

-Señor, le traigo los hielos y el reporte de... ¿interrumpí algo? - Era Washington, quien descubrió a su jefe mirando a la nada y con una notable erección amenazando por salirse de sus pantalones.

-Maldita sea, aprende a tocar- exclamo USA mientras giraba su silla para darle la espalda a su subordinado.

-L-lo siento señor- se disculpó la capital.

-Solo deja las cosas y lárgate- ordeno USA, con las orejas demasiado coloradas. El secretario hizo lo que le ordenaron y salió del lugar. Necesitaría lejía para borrar esa imagen de sus ojos, por lo que aviso que nuevamente iría a la farmacia.

USA en cambio, estaba apenado por su reacción. Jamás espero que si cuerpo fuera tan... honesto. Si algo de esto podía sacar, era que tenía un claro interés en el chico.

Ya había pasado antes, el enamoramiento e interés en un omega no eran sensaciones nuevas para él. Solo necesitaba que el omega respondiera a sus encantos y ¡bam! Conquista asegurada. Si quisiera, podría tener a ese tierno Perú llamando su nombre mientras jadeaba de placer...

¡Mierda! O se enfocaba en otra cosa o su "capitolio" nunca se tranquilizaría.

EL TRATO (USA X PERÚ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora