Mi sexy Vanquish Volante descapotable puede pasar de cero a cien kilómetros por hora en poco más de cuatro segundos. Pero a pesar de que quiero poner distancia entre la casa de Busan que amo, por no hablar del hombre que la habita, y yo, no abuso de toda su potencia y velocidad.
Al contrario, me quedo aparcado en la cuneta, con el motor todavía encendido y la radio a todo volumen mientras lucho con uñas y dientes por dejar atrás mis recuerdos. Momentos dulces y maravillosos, sí. Pero no necesito entretenerme en el pasado. Ese chico ya no existe, y cuanto antes me afiance en el presente, mejor.
Pero mis sentimientos por Minho no son lo peor de todo esto. No, lo peor es que he sucumbido a ellos. He perdido el control. Porque después de la clase de trauma que viví, el control es algo así como el santo grial. Por eso odio las multitudes. Por eso conduzco demasiado rápido. Por eso me casé. Y por eso me divorcié.
Sé todo esto porque a lo largo de los años he pagado una auténtica fortuna a una legión de psicólogos para que me lo digan. Necesito tener el control. Temo la oscuridad. Me cuesta confiar en otras personas. Tengo el síndrome de culpabilidad del superviviente.
En otras palabras, soy el sueño húmedo de cualquier terapeuta. Un libro de texto andante y parlante que ilustra el daño emocional posterior a un secuestro. Tanto es así, que la tormenta que se libra en mi cabeza puede suponer suficiente desafío como
para sustentar toda la carrera de un loquero.Y aunque no me he curado por completo, al menos puedo enmascarar los síntomas, de modo que la ristra de médicos puede presumir de haber logrado algo.
Porque siempre que me pongo nervioso, tengo una bonita colección de pastillas multicolor que me tranquilizan.Coloco una amarilla en la palma de mi mano, porque está claro que he perdido el control a lo grande con Minho.
A lo grande.
Pero me limito a contemplar la pastilla antes de tirarla al suelo junto al coche.
«A la mierda —pienso—. Puedo con esto».Espero con toda mi alma no equivocarme.
Estoy a punto de reincorporarme a la carretera cuando me suena el móvil. Echo un vistazo al identificador de llamadas y descuelgo con impaciencia.—Hola, cielo —saluda la suave voz de mi madre. Todavía conserva un débil
acento de sus raíces de thailandia. Me echo a llorar en cuanto la oigo—. ¿Cariño?Parece alterada y no puedo culparla. Quiero a mi madre, hablo con ella a todas horas, y aunque a veces no estemos de acuerdo, sus llamadas nunca me hacen llorar a moco tendido.
—Lo siento… lo que pasa es que… —Me interrumpo, no sé qué decir. Me paso
las manos por debajo de los ojos y tomo aire para tranquilizarme—. Lo que pasa es que tengo uno de esos días y en realidad me alegro mucho de que me llames.Es cierto. Me alegro mucho. Tengo casi treinta y dos años y en este momento no creo que haya nada en este mundo que me haga sentir mejor que hablar con mi madre.
—Yo también me alegro de haberte llamado —me asegura—. Ya sabes que
siempre puedes llamarme.—Lo sé.
Ese ha sido el lema de mi madre durante toda mi vida. Puedo llamarla cuando sea. Puedo hablar con ella de todo. Eso he hecho con casi todo. Mi matrimonio y mi divorcio. Las gilipolleces de seul que me he encontrado en Gangnam.
Mis ataques de pánico antes de
mis apariciones en los medios. Mi interminable serie de clases de defensa personal. Mi frustración con los psicólogos que no me ayudan. Y, por supuesto, las pesadillas y
la ansiedad que me han acosado durante los últimos diecisiete años.
Pero lo único de lo que jamás he hablado con ella es aquello de lo que más necesito hablar: Minho.
Lo que pasó entre nosotros.
Lo que siento por él.Cuánto me carcome la distancia que mantenemos.
Cuánto lo deseo y lo duro que es saber que no puedo tenerlo.
Da igual lo abierta que sea mi madre y lo bien que nos comuniquemos. Esa
conversación no va a tener lugar.—¿Por qué no voy a verte? —sugiere, sin duda preocupada porque no estoy
profundizando en aquello que me preocupa—. Podríamos preparar galletas. Ver una peli.Echo un vistazo al reloj. Es casi medianoche.
—¿No crees que es un poco tarde?
—Ni siquiera son las nueve —aduce—. Y estoy al pie de la colina, en Gangnam.
Despacho a Rose y voy ahora mismo —añade, refiriéndose a su mejor amiga de toda la vida.—Estás en Gangnam —digo, y me doy cuenta de que cree que yo también lo
estoy.—Decidimos pasar un fin de semana de chicas disfrutando de un spa y yendo de compras —explica mi madre—. Hemos llegado justo a tiempo para cenar y estamos tomando el postre y una copa, pero estaré encantada de cambiar de planes si quieres
que me pase a verte.Esbozo una sonrisa. Mi madre es así, se deja llevar y siempre está fabulosa. Me la imagino en la parte trasera de su coche de alquiler, con su cabello dorado impecable tras todo un día de viaje y su traje de lino sin una sola arruga.
Lisa Lee siempre está
lista para las cámaras, siempre tiene una sonrisa para los periodistas y es la mujer más elegante de los alrededores. He heredado algunos aspectos de su físico , pero no su don para hacer amigos allá adonde va. Yo prefiero pasar desapercibido.—Puedes pasarte —respondo, divertido —. Pero no estoy en casa.
—Bueno, entonces tal vez mañana. Si quieres venir a darte un masaje con
nosotras por la mañana, puedes… Espera. —Casi puedo oírla repasando nuestra conversación, incluyendo mi comentario sobre lo tarde que era—. No estás en Gangnam ¿verdad?—Estoy en Busan. En realidad, acabo de volver a Seúl hoy mismo.
De hecho, estoy a solo media hora de la casa que tienen mis padres en Busan.Mi madre se echa a reír.
—Bueno, menudo lío. ¿Has conducido hasta ahí para vernos a tu padre y a mí? No, pues claro que no —se responde ella misma.Sabe muy bien que nunca voy a verlos sin llamar antes. Mi padre viaja mucho y sé que sigue en Houston, asistiendo a una serie de reuniones relacionadas con el nuevo Lee Pavilion, un enorme complejo de tiendas, restaurante y hotel que tiene previsto abrir sus puertas en menos de dos años.
—He venido a ver a Minho—reconozco.
—¿A Minho?Entiendo su sorpresa. Sabe que Minho y yo nos hemos evitado desde el secuestro.
Mierda, llegué incluso a suplicar que me enviaran a un internado en Daegu, cerca de donde mi padre biológico vivía por entonces, solo para poder escapar.Mi madre desprecia a Min Seok y no confía en él. No solo eso, sino que pasó por una brutal batalla legal para conseguir que se le retiraran sus derechos paternos cuando era pequeño.
Aun así, me dejó ir. Y ese simple hecho pone de manifiesto que sabía que
necesitaba distanciarme de mi hermano tras el final del calvario.—¿Por qué narices has ido a ver a Minho?
—Tenía que hablar con él —admito—. Pero debería haber esperado a mañana.
Estaba ocupado.
No puedo esconder el sarcasmo en mi voz y sus murmullos apenas audibles
demuestran que lo entiende. ¿Cómo no va a hacerlo? Lee las revistas y ve los
programas de cotilleo igual que todo el mundo y sé que se siente tan defraudada como yo por aquello en lo que se ha convertido.
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Proyecto Liberación
FanfictionTodo el mundo cree que el atractivo y millonario Lee Minho es un conquistador impenitente. Siempre rodeado de las chicas y chicos más bellos y liberados, frecuenta fiestas esplendorosas donde el sexo se bebe como si fuera champán. Lo que casi nadie...