Cautivos

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⚠️Atención
Este capítulo contendrá, contenido
+18 , se le reitera que en caso de que sea sensible . Deje la lectura hasta aquí.

⚠️No queremos que nos eliminen la historia

Minho despertó en una oscuridad tan absoluta que ni siquiera estaba seguro de tener los ojos abiertos.
Le dolía hasta el último músculo. Hasta los huesos. mierda , hasta los dientes. Y le retumbaba la cabeza.
Intentó incorporarse, pero se dio cuenta de que tenía algo alrededor de la cintura que lo mantenía atado. Y aunque tiró y pasó los dedos por encima, no consiguió
descubrir la manera de liberarse.
El pánico, que había permanecido oculto tras una neblina de confusión y rechazo,
pasó a ocupar un primer plano.

—¡Jisung! —Se incorporó todo lo que le permitieron sus ataduras y giró la cabeza como si de repente, por efecto de algún milagro, fuera capaz de ver en la oscuridad —. ¡Jisung!

No obtuvo más respuesta que el eco de su voz.
Luchó y forcejeó durante horas, hasta que se quedó dormido. Cuando despertó siguió debatiéndose, pero pronto la debilidad hizo mella en él. No tenía comida ni agua y su ropa apestaba y estaba sucia. Tenía la garganta seca. Por primera vez se
preguntó no cuándo iba a escapar, sino si lo conseguiría.

Perdió el sentido del tiempo, pero en algún momento hubo otra persona en la habitación. Volvió a llamar a Jisung con una voz que no fue más que un graznido, y mientras lloraba por el chico, alguien se acercó y vertió agua en su boca.
Aquello sucedió otra vez. Y otra más. Agua. Luego comida. Hasta que su mente se recuperó y pudo concentrarse. La ropa que llevaba estaba rígida y asquerosa y la
correa alrededor de su cintura limitaba sus movimientos. Le dolían la espalda y los hombros. Tenía los pies fríos. Pero estaba vivo y le estaban alimentando.

Se permitió abrigar esperanzas. Sobre todo por Jisung. Esperaba que estuviera vivo y a salvo.
Cada vez que le daban de beber, la llamaba con la esperanza de que su aliviada garganta proyectara más su voz. Quizá el chico estuviera en una habitación cercana. Y quizá oír su voz le infundiera esperanzas. Si existía la más mínima posibilidad de que
fuera así, seguiría haciéndolo.

Un día se dio cuenta de que algo se movía en la oscuridad. Llamó a Jisung, pero supo en el acto que no era el. Por cómo se movía. Por cómo olía. Lo sabría si el chico estuviera en la habitación con él.
Se esforzó por ver algo, pero seguía siendo imposible. Y esa vez, cuando intentó incorporarse, se encontró con que sus manos y sus pies también estaban atados y la palma de una mano sobre su pecho impidió con firmeza que se levantara siquiera un
centímetro.

Una voz sonó junto a su oído. Extraña. Distorsionada. Como si hablara a través de uno de esos moduladores de voz que se usan en Halloween. Solo la voz ya era tan aterradora como todo lo demás.

—¿Crees que puedes gritar? ¿Escapar? Estás aquí porque es donde debes estar.
Estás aquí porque yo te quiero aquí, y vas a pagar.

Sintió el aliento en su mejilla y la voz aún más cerca. Pensó que se trataba de un hombre. La voz no le proporcionaba demasiados datos, aunque tampoco importaba, pero la palma de la mano que habían puesto sobre su pecho le pareció masculina.

—Los pecados del padre, Minho. Y si el hombre que ahora te llama hijo quiere
recuperarte, tendrá que pagar.

Esa vez no era el aliento lo que sintió sobre su piel, sino algo afilado, como la
punta de un bolígrafo o el puntiagudo extremo de un clavo que alguien arrastraba de un lado a otro de su cuello.

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