Sexting

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«Tienes que hacer todo lo posible».

Las palabras de Changbin resuenan en mi cabeza por millonésima vez desde que anoche me marché de la isla. Me las he tomado en serio y por eso le envié a Minho un mensaje antes de subirme al helicóptero.
Releo una vez más lo que escribí, tratando de decidir si podría haberme expresado de forma diferente.

Escribirlo de un modo que entrase en su dura cabeza . Pero creo que transmite lo que quería decir. Lo que pasa es que él lo está ignorando.
Entiendo por qué estás molesto, por qué te echaste atrás y te largaste. Pero
no te alejes. Tú no quieres hacerlo y yo no quiero que lo hagas. Podemos
intentarlo otra vez. Podemos intentarlo cien veces.
O podemos no intentarlo. Eso también está bien. Yo solo te quiero a ti. A TI.
Por favor, no pienses tan mal de mí como para creer que lo que pasó influye de algún modo en lo que siento, en lo mucho que te necesito.
Lo sabes mejor que nadie. Seguro que eso también lo sabes.

Todavía no ha respondido, pero abro mi aplicación de mensajería por centésima vez esta mañana y lo compruebo. Por si acaso mi móvil se ha olvidado de sonar para avisar de un mensaje entrante.
No hay nada.
Ya que estoy mirando el móvil, decido que debería echar un vistazo a mis emails.

Llevo sin consultar mi correo desde el sábado, cuando me marché de la isla.
Casi todo es basura y boletines informativos que no he solicitado. Echo una somera ojeada a cada mensaje mientras los elimino de la pantalla y entro en mis archivos.
Y ahí está:

M.Lee@LeeEntKR.com

J…
No podemos jugar a este juego. Son muchas las razones por las que yo no
puedo hacerlo y tú las conoces todas.
No quiero echarte de mi vida; joder, ya te echo de menos. Pero tenemos
que encontrar la forma de seguir adelante, y si para eso tenemos que
desengancharnos, como de una droga, eso es lo que haremos.
Ódiame si quieres. Quizá así será más fácil.
Tu hermano,
Lee Minho.

Durante un minuto me permito contemplar la posibilidad de que tenga razón. Al fin y al cabo, llevamos muchos años viviendo alejados y hemos sobrevivido. Pero solo ha sido eso: sobrevivir.
Y ahora que le he tocado, que he hablado con él, que he vuelto a estar con él, sé que no quiero limitarme a sobrevivir nunca más. Quiero vivir. A tope y con Minho, mi mejor amigo. Y mi amante. A la mierda la fruta prohibida.

Con franqueza, me cabrea la idea de que él piense otra cosa, de que pueda volver a hundirse sin más en ese vacío. O miente sobre lo que siente por mí o, lo que es más probable, está dispuesto a sacrificarnos a los dos en aras de las erecciones perdidas, las estúpidas leyes sobre el incesto y los absurdos tabúes sociales.
«Imbécil».
«Puto imbécil».
Estoy furioso con él, pero solo durante un minuto. Luego me calmo y encierro mi furia en una cajita y la rodeo con un bonito lazo rojo.

Se acabó. Se terminó. No hay nada que ver aquí. Sigan su camino.
La ira no me beneficia en nada. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario, sí,pero no quiero estallar delante de él cuando llegue el momento.
Porque, ahora que me ha arrojado el guante de forma oficial, me enfrento al mayor problema de todos: ¿cómo luchar con un hombre que no quiere hacerlo?

—Es fácil —responde Jeongin cuando le planteo esa misma pregunta en el
Starbucks tres horas después—. De la misma manera que te metiste en la cama con él en la isla.

Le he contado toda la historia, hasta la razón por la que no pudimos terminar.
Imagino que a Minho no le haría ni pizca de gracia que airee su historia, pero me aferro a la excusa de que me siento culpable y tengo un ataque de remordimientos.

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