Tan dulce como la Vainilla

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Me acurruco de nuevo contra él, listo para quedarme dormido en el calor de sus  brazos, pero Minho no opina lo mismo.

—No —dice—. No he terminado contigo jisung.

El tono imperioso de su voz aniquila mi agotamiento y provoca un
estremecimiento de impaciencia que me recorre y me excita otra vez.

—¿De veras?

Me doy la vuelta y me dispongo a sentarme a horcajadas sobre él, pero minho me  impide moverme.

—Ah, no, cielo. Para esto quiero que estés vestido.

Frunzo el ceño, porque vestirme no estaba entre mis pensamientos, pero cuando  me dispongo a preguntarle por qué, él menea la cabeza de manera apenas perceptible  y me guardo la pregunta para mí.
Voy a mi armario y empiezo a ponerme unos pantalones, pero él me detiene una  vez más.

—Blusa abierta, tienes faldas?__pregunta y asiento algo sonrojado.__ Falda, sin nada más abajo. La más corta que tengas.

—¿Vamos a salir?

—¿He dicho yo que puedas hacer preguntas?

Mi cuerpo excitado responde a sus palabras y a su tono con otro estremecimiento,
y me pregunto qué demonios tiene en mente. Puede que estemos en Seul, pero  ya son más de las tres de la madrugada y hasta los clubes nocturnos están a punto de
cerrar y estarán vacíos a las cuatro.

—Ya —dice.

Empiezo a revolver en mi cajón en busca de una camisa. Encuentro
una rosa, pero entonces me acuerdo de la camiseta tan fina, casi transparente, que  compré en un arrebato. No está pensada para llevarla
sola y dudo durante unos minutos, pero me la acabo poniendo. Quiero ver la cara que  pone, sí, pero sobre todo quiero que se dé cuenta de que estoy dispuesto a ir con él.

Adonde sea. Como sea.
En cuanto a la falda, tengo una mini de cuero que suelo ponerme con unos
leggings, ya que apenas me llega por debajo del culo, no pregunten como la conseguí. Esto es un poco más
arriesgado, porque no podré sentarme en un taxi sin que mi trasero desnudo toque el  tapizado.

Pero se aplica el mismo principio, ¿no? Él ordena; yo obedezco. Necesita saber
que lo entiendo.
Me giro para verme desde todos los ángulos en el espejo de tres cuerpos. Estoy ... si parezco puto, pero solo si uno define un puto como lo último en moda  de la calle.

Pese a todo, he hecho lo que me ha dicho, y eso debería contar.
Minho no me dice cómo calzarme, así que me pongo zapatillas. O lo intento no puedo decir que me esté luciendo.

Él se está levantando cuando entro. Ha vuelto a ponerse el traje, y con el pelo
alborotado después de dormir y del sexo, está muy atractivo.
Le miro y trato de interpretar su expresión, pero es un hombre que sabe esconder  sus pensamientos, así que solo puedo quedarme ahí, de pie y nervioso, mientras él se  acerca a mí con la sensualidad y elegancia con la que se mueve una pantera al acecho.
Sus ojos me recorren cuando solo nos separan dos palmos, observa el bajo de la  falda y vuelve a mis pezones antes de centrarse en mi rostro.

—Puedo verte los pezones, cielo. Joder, casi puedo verte el pene.

Sus palabras son descarnadas, deliberadamente vulgares, y no puedo evitar pensar que me está poniendo a prueba. Doy un paso hacia él y presiono la yema de un dedo  sobre la oquedad en la base de su cuello; luego lo deslizo por su pecho y su abdomen,
hasta engancharlo en la cinturilla de sus pantalones.

—Y te gusta —digo, tratando de imprimir sensualidad a mi voz.

Durante un momento su expresión se mantiene inalterable y creo que le he
interpretado mal. Entonces veo el deseo y la diversión arder en sus ojos a la vez que  una sonrisa se dibuja en su boca, digna de ser besada.

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