Liberación pt2

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—Por supuesto, señor. —Echó un vistazo a su reloj—. El helicóptero llegará en  veinte minutos.

—¿Qué haría yo sin ti?

—Imagino que llevar la misma ropa durante días. Al menos así le soy útil no solo  a usted, sino también al señor Foster y a los demás.

—No ha habido un solo día en que no me haya cambiado de ropa desde que iba a la universidad. —Posó con afecto la mano en el hombro de Archie—. Gracias.

—¿Les digo a sus invitados que ha tenido que atender una emergencia laboral?

—Joder, no. Di que he recibido una llamada de… ¿Quién es esa actriz a la que acaban de poner a parir en internet por hacer un vídeo sexual? Di que he ido a verla.
No querrás empezar a reparar la reputación que tanto me he esforzado en destruir.

—En tal caso, le deseo buena suerte y mucho éxito. Y, Minho, vuelve de una
pieza —agregó, con la voz embargada de emoción mientras dejaba a un lado su  formalidad habitual.

Minho esbozó una rápida sonrisa torcida, pero su voz era seria.

—Lo haré. Siempre lo hago.
Archie parecía querer protestar y él entendía por qué. Ya había participado en misiones antes, pero tal y como había señalado Changbin, siempre había sido un  fantasma.
Trabajaba entre bastidores, investigando y analizando. Era el líder y el enlace con  los posibles clientes, fingiendo que conocía a alguien que a su vez conocía a alguien que podía ayudarles a recuperar a sus seres queridos de manera discreta.

Frecuentaba lujosas fiestas por todo el mundo con el fin de recabar información, colocar  micrófonos o realizar otras tareas necesarias. Y en las escasas ocasiones en las que
participaba en una misión, lo hacía ataviado de forma que nadie reconociera su  célebre rostro.
Esta vez era diferente. Esta vez quería estar en la habitación. Quería mirar a
Mueller y a Ortega a los ojos, hasta estar seguro de haber sonsacado toda la
información posible a esos cabrones.

Y luego quería verlos muertos. Ortega, que fue el primero en lanzar su vida al
abismo. Y Mueller, que había secuestrado a tantos niños, que había destrozado sus  vidas y las de sus familias solo por dinero y por pura diversión.

—Tendré cuidado —le aseguró Minho muy despacio, mirando a su viejo amigo a los ojos—. Pero haré el trabajo.

Archie asintió, como un padre resignado a enviar a su hijo a la guerra. Era una  metáfora muy válida. Si alguien sabía más que él sobre Liberación y sus peligros, ese
era Archie. El estoico, serio y sosegado Archie, que trabajaba a la sombra,
compaginando la dirección de la casa de Minho con su vida cotidiana y sus muy diversas actividades extracurriculares, tanto reales como ficticias.

En cuanto a lo último, Archie señaló con la cabeza hacia el fondo de la estancia y al chico y a la chica , todavía tumbados en la cama de Minho, observando con curiosidad e impaciencia.

—Le dejo para que termine de vestirse y se despida. —Echó un vistazo al reloj—. Ha de estar en el helipuerto dentro de quince minutos.

No esperó a que Minho dijera nada. Dio media vuelta, se dirigió con paso firme
hasta la puerta y salió con discreción.

—¿Un helicóptero? —La pelirroja frunció sus inflamados labios en un mohín—. ¿De verdad te marchas?

—¿Has estado escuchando?
La boca de la mujer se curvó en una sonrisa traviesa.

—Supongo que deberías castigarme.
—Lo añadiré a mi agenda —dijo—. Pero tienes razón. Tengo que marcharme. — Consultó su reloj.__ Quería estar en el helipuerto cuando el aparato llegase para no
perder ni un minuto—. ¿Tienes el número de mi móvil?

—Por supuesto.

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