La caída

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Los recuerdos regresan con fuerza ahora que he abierto la puerta y me rodeo con los brazos mientras revivo la oleada de miedo que me atravesó la noche en que me liberaron.

Me despertaron a empujones, me arrancaron del calor y el consuelo de los brazos de Minho.
Grité su nombre entre lágrimas mientras alguien me ponía de pie y me ataba las manos a la espalda. Pero él se quedó ahí tumbado, con los ojos cerrados y el cuerpo extrañamente inmóvil. Grité, aterrorizado ante la idea de que estuviera muerto; dejé
de gritar cuando una mano me golpeó la mejilla con todas sus fuerzas.

—Él se queda —dijo la Mujer; su voz era un susurro grave tras una máscara y un velo. Se acercó a mí desde el otro lado de la habitación, entre las sombras—. Tú te vas.

Negué con la cabeza, rechazando sus palabras. Quería salir, lo deseaba con
desesperación, pero no así. No sin Minho.

—No les cuentes nada. —El Carcelero estaba detrás de mí, sujetándome las
muñecas atadas. Su voz era grave y mecánica, alterada por un distorsionador de voz. Solo le había visto el día en que nos secuestraron, y me aterraba que estuviera allí en
ese momento—. No sabes nada. No has visto nada. Ten la boquita cerrada y puede que él vuelva a casa algún día. Pero si dices una sola palabra, lo sabremos. Habla y está muerto.

Me vendaron los ojos y me sacaron afuera, pero la venda resbaló y pude captar fugaces imágenes de algunas cosas. La textura del pavimento. El color de una puerta.
Oí las campanadas de la torre de un reloj, el rugido de un aeroplano. El estruendo de maquinaria de construcción.

También capté olores. El hedor a comida podrida. El fuerte olor a pintura. El
aroma de la tierra fresca.
Sentí el pinchazo de una aguja cuando me metieron en un coche, y lo siguiente
que recuerdo es que estaba tumbado debajo de un árbol, con un teléfono móvil en la mano. Llamé a mi padre, los dedos me temblaban mientras apretaba cada tecla.

Mis padres y un equipo de cuatro hombres no tardaron en llegar hasta mí. Me arrastré hasta los brazos de mi madre, llorando como una histérica, aterrada por Minho, con remordimientos por sentirme aliviada de estar libre cuando él seguía
cautivo. Y guardé silencio, tal y como me habían advertido mis captores. Cuando mi padre me preguntó qué recordaba le dije que nada.

Mentí y le aseguré que me había dormido en una pequeña habitación gris y que acto seguido desperté
debajo de un árbol. Lo dije porque tenía que hacerlo. Porque tenía que mantener a Minho a salvo.
Pero a medida que pasaban las horas sin él, empezaron las dudas. Y el miedo a equivocarme al guardar el secreto me corroía por dentro.

—¿Puedes recordar alguna cosa de las últimas tres semanas? —me preguntó mi madre mientras me arropaba en la cama esa noche—. ¿Algo sobre dónde te retenían?
¿Cómo eran?

—Me dijeron que no lo hiciera. —Mi voz era apenas un susurro, pero ella me oyó. Cuando levanté la mirada, vi la esperanza en los ojos de mi madre.

Mi padre se presentó en la habitación solo unos minutos más tarde, junto con el líder del grupo de mercenarios que mi padre había contratado. Les dije lo que mis captores habían dicho. Que sería malo para Minho que les contara algo y que por eso no lo hacía.

Pero me aseguraron que solo me habían amenazado para que guardara silencio.
Que si tenía alguna información que pudiera ayudarlos a rescatar a Minho, tenía que aprovecharla. Porque, por lo que sabían, no pensaban soltar a Minho.
No tenían más pistas que yo. Y sabía que, si queríamos rescatar a mi hermano, si quería ayudar al chico al que amaba, tenía que contarles lo poco que sabía.
Y eso hice.

Llevó cuarenta y ocho horas y montones de procedimientos forenses que no entendía; desde analizar la tierra de mis zapatos hasta realizar algún tipo de diagnóstico en el teléfono de prepago para localizar la ubicación de aeropuertos junto con torres de reloj.
Pero lo descubrieron. El dinero de mi padre compró lo mejor y su equipo no tardó en determinar que a Minho y a mí nos habían retenido en el sótano de un edificio medio derruido que había sido abandonado cuando los fondos para una remodelación se acabaron.

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