El tormento de la Tentación

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Minho apoyó la frente contra el cristal frío y exhaló. Se sentía perdido, solo.
Durante interminables días y noches, Jisung y él habían sido el salvavidas el uno del  otro, el rayo de luz en un mundo oscuro y horrible.
Habían escapado y se habían adorado el uno al otro.

Descubrieron detonadores secretos de sensaciones increíbles. Nada estaba mal, nada estaba prohibido. Lo había
tocado, saboreado, se había sepultado dentro de el. Y se había sentido más correcto,  más real y más maduro durante aquellas semanas de su adolescencia que en ningún  otro encuentro de los que había tenido desde entonces.

Se habían salvado mutuamente, en todos los aspectos posibles.
Entonces ¿por qué demonios pensaban ahora que se destruirían?
Al otro lado del cristal, Chan seguía trabajándose a Mueller, pero Minho ya no  tenía ganas de mirar. Necesitaba estar solo. Quería darse una ducha y librarse de la melancolía que acompañaba a los recuerdos. No quería pensar en eso, no podía
pensar en Jisung.

El arrepentimiento era para cobardes.
La habitación principal del centro de operaciones albergaba la sala de tecnología  y la celda en la que Chan estaba ocupado en esos momentos. Pero aquella guarida
subterránea no terminaba ahí. Le hizo una señal a Changbin, que estaba sentado frente al  ordenador, y salió al pasillo que conducía a los espartanos dormitorios, junto con la  sauna y la ducha.

Dejó su bolsa de viaje sobre el catre en sus dependencias y se dirigió hacia la
ducha, situada en la única habitación que habían equipado para estar cómodos, con
accesorios de alta gama y modernas instalaciones de vapor. Se desnudó sobre la  marcha, cerró la puerta después de entrar y arrojó la ropa sobre la superficie de la  encimera de mármol.

El panel de mandos estaba encastrado en la pared, junto a la puerta de cristal de la  ducha. Abrió el grifo y seleccionó la máxima presión del agua para incrementar el  vapor. Cuando el sistema comenzó a silbar, se apoyó contra la encimera y se miró en
el espejo. Parecía cansado. Exhausto. Se preguntaba cuánto se debía a que había
estado muy cerca de dar con su secuestrador y cuánto a haber estado tan cerca de  poseer a Jisung.

El sonido del móvil indicó la entrada de un mensaje de texto y sintió una chispa
de esperanza en el pecho. ¿Sería Jisung? Se giró para cogerlo del bolsillo de sus pantalones, tirados en la encimera, y se desilusionó al ver que no era de Jisung, sino de
Myra.

Tardó un momento en ubicar su nombre. No recordó que era la pelirroja de la  noche anterior hasta que abrió el mensaje y contempló el breve vídeo.
Tenía la espalda arqueada, los ojos cerrados y la boca abierta en una expresión  que solo podía ser de éxtasis. Sus pechos apuntaban hacia arriba y tenía las piernas  muy separadas. La cara de el  rubio estaba sepultada entre ellas y, desde su  perspectiva, Minho pudo ver el dulce pene  de el rubio .
desnudos mientras se masturbaba con los dedos al tiempo que contoneaba el trasero y  movía la cabeza con excitación. Su rubia cabecita se agitaba mientras  succionaba con fuerza el clítoris de Myra.
Durante un segundo se preguntó quién sujetaba la cámara, pero entonces Myra  levantó la cabeza, abrió los ojos y miró a la cámara por encima de la arqueada  espalda de la rubia. Directamente a él. «Hemos hecho una nueva amiga,  Le
gusta por el culo, Dallas. —Se mordió el labio inferior—. A mí también. Así que date  prisa y ven a jugar con los tres».

Minho inspiró con brusquedad y se dio cuenta de que se había empalmado. Estaba  tan duro que creía que iba a explotar. Y no por el vídeo. No por la seductora  invitación de Myra. No por imaginarse en la cama con los tres voluntariosos.
No, estaba excitado porque mientras veía el vídeo imaginó otra escena. Una muy distinta.

Él, tumbado de espaldas, con las manos por encima de la cabeza mientras se
agarraba a unas correas sujetas al cabecero de la cama. Su cuerpo estaba rígido; su  pene duro como el cristal. Estaba preparado, a punto de hacerse pedazos y mientras  entraba en la ducha dejó que la imagen cobrara nitidez.

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