La última puerta a la derecha

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«Esto es algo más que follar, ¿verdad?».

Minho sonrió al recodar las palabras de Jisung esa mañana, mientras se daba la
vuelta en la cama para mirarle a la cara.
Sabía lo que le estaba preguntando.

«¿Estamos intentando construir algo? ¿Es  posible? ¿Puedo atreverme a albergar la esperanza de que podamos tener algo real?».

Tendrían que enfrentarse a importantes obstáculos. Y sería duro. Se estremecía  solo con pensar en sus padres.
Pero nada de aquello importaba, porque solo una respuesta contaba.

—Sí —le había dicho—. Sí. Es muchísimo más.

Habían hecho el amor esa mañana —y tal y como jisung le había recordado, daba  igual que no estuviera en su interior, porque seguía siendo hacer el amor— y luego él  le había preparado el desayuno. Por suerte a Jisung le gustaba la intimidad y Ellen, su
asistenta, no estaba interna, por lo que tuvo tiempo de correr escaleras arriba y  vestirse cuando oyó la llave en la puerta principal y el pitido de Ellen al desactivar el  sistema de alarma. Lo último que necesitaban era que el servicio empezara a difundir
rumores.

Durante un momento se preguntó qué le diría a Archie. Estaba convencido de que  era conocedor de la atracción que existía entre los dos hijos de los Lee. Sin
embargo, aquel era un problema al que se enfrentaría más tarde.
En ese momento se encontraba en su despacho del centro de la ciudad, tratando  de ponerse al día del trabajo del conglomerado familiar y de Liberación, sin  conseguirlo de forma eficaz en ninguno de los dos casos.

Sus pensamientos volvían a  Jisung una y otra vez.
Ojalá estuviera con el; esperaba que su grabación fuera bien. Sabía que estaba
nervioso; se había probado toda la ropa que tenía antes de escoger un sencillo y
clásico traje gris.
Se había ofrecido a acompañarlo, y aunque vio en sus ojos que se sentía tentado,  al final rechazó su oferta.

—Minseok  también quiso venir y le dije lo mismo que a ti. Me pondría muy nervioso  si estuvieras allí.

Se fijó en que ni Kento ni Lisa se habían ofrecido a acompañarlo. Suponía que Kento,  que había contratado mercenarios, no estaba más de acuerdo con la tesis de Jisung y de Minhyuck de lo que lo estaba Minho.

—De todas formas, no tienes que hacerme de niñero —prosiguió, ajeno al giro  que habían dado los pensamientos de Minho—. Tú tienes trabajo.

Cuando le dijo que podía trabajar desde su casa de la ciudad y tener lista la cena
cuando el chico regresara, Jisung volvió a declinar la oferta.

—Tengo planeada una sorpresa —dijo con una sonrisa—. Pero para eso necesito  que vengan obreros a casa.

Minho enarcó una ceja.

—¿Una sorpresa? ¿Qué implica obreros? ¿Estás sustituyendo tu tele de plasma y  actualizando tus videojuegos?

Jisung ladeó la cabeza.

—Por ahí van los tiros —reconoció, pero se negó a contarle más.

Por último, le pidió que volviera a las nueve, ni un minuto antes. Luego le dio una  palmada en el culo y le dijo que era su turno de dar órdenes.
Muy justo, aunque esa noche se resarciría.
La idea hizo que su sonrisa se ensanchara.

—¿Por qué demonios sonríes? —bromeó Changbin cuando Minho atendió su  videollamada en el canal seguro de su ordenador portátil.

—Hoy tengo un buen día —respondió.

—Oh, ¿en serio? Supongo que eso significa que has tenido una buena noche.

—Esa es una de las razones por las que trabajas para mí. Eres muy listo.

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