𝐗𝐈

248 22 8
                                    

Capítulo once: Armelin y Las Llaves Ocultas

Capítulo once: Armelin y Las Llaves Ocultas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Chiara

Físicamente era diferente.

Mi cabello era castaño, lo suficientemente oscuro y mis pecas habían desaparecido. Me observé al espejo, con el ceño fruncido. Me concentré en lo que tenía enfrente, el espejo y mi reflejo. Respiraba con dificultad, como si hubiera ahogado mi mente en una maratón. En un completo desastre.

Algo peso entre mis dedos, así que me tome el tiempo de observarlos. Había una piedra en ella. El impulso llegó a mi cerebro antes de poder procesarlo, como si no tuviera el derecho de poder decidir las conductas de mi mente. Golpeé el cristal con fuerza, haciéndolo pedazos. El impacto me ensordeció mientras sus nuevos reflejos caían frente a mi ojos. Tomé uno de los cristales que desgarraban mi piel y lo guardé dentro de una mochila.

No podía comprender lo que estaba sucediendo.

Abrí la puerta y no miré hacia atrás. No observé la decisión que estaría cambiando mi vida por completo. Salí a un pequeño pasillo de ventanales amarillos y bajé las escaleras de hormigón anaranjado, encontrándome con la puerta. Con la llave en mano, escapé de la casa, dejándolas luego en el abrigo que colgaba de mis hombros.

El atardecer caía por las calles, consumiendo las avenidas mientras esquivaba los autos. Caminé. Caminé kilómetros hasta agotarme y quedarme sobre las que estaban desoladas. El cielo oscurecía cada vez más, regando algunas estrellas a la vista. Abrí la mochila que había estado colgada sobre mis hombros todo el camino, dejándome percatarme de los cortes en mi brazo. La sangre caía seca, como cascada hasta mis dedos. Los limpié lo más rápido que pude, con la respiración tan acelerada que juraba poder pinchar alguno de mis pulmones en el intento.

Me puse de pie y continué caminando mientras pasaba ambas manos por mi rostro, hasta quedar varada en el comienzo de los árboles, habiendo ya cruzado debajo del puente que finalizaba la civilización.

Tomé asiento debajo de las hojas, a la luz de la luna, y tomé el cristal de mi mochila.

Le di un vistazo a mi mano derecha, donde descansaba aquel anillo negro de diamante gris, que aún no recordaba de dónde lo había sacado exactamente. Pero él tenía uno igual, así que preferí nunca quitármelo. Bajando la vista, el brazalete negro aún estaba allí. La oscura esclava que había denominado como la de mis padres en el libro.

Algo no estaba bien.

Respiré profundamente mientras temblaba y presioné el cristal, cortando la palma de mi mano, dejando que la sangre escurriera por mi brazo. Dejé que el dolor se instalara en mi corazón, como un viejo amigo de la soledad. El espejo parpadeó, pero él estaba allí.

—Draco —susurré con alivio, sintiendo una lágrima rodar por mi mejilla.

Me desperté, exaltada nuevamente. Esto no podía seguir sucediendo.

"The Little Dorks" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora