𝐗𝐗𝐈𝐕

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Capítulo veinticuatro: La espada, el Horrocrux y la nueva sangre esmeralda.

Capítulo veinticuatro: La espada, el Horrocrux y la nueva sangre esmeralda

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Chiara Dorks Snape

—La guerra aún no ha terminado —oí susurrar—. La guerra recién comienza.

Estaba hundida. Las últimas burbujas de oxígeno, escaparon por mi boca. Con la presión en el cuello, busqué la superficie con desesperación.

—Mierda —tosí, escupiendo el color negruzco del agua—. Mierda, mierda.

Mantuve mi cuerpo a flote, luchando contra la pesadez de la ropa. El agua era completamente densa bajo la oscuridad. Intenté ver algo a mi alrededor, pero no había ni un destello grabado en los muros. No había cielo, no había nada.

Una diminuta llamarada se extendió detrás de mí, al igual que las manos que subieron por mi piel. Cada dedo ascendió otro tramo. Cada yema me atrajo hacia el agua.

Sus ojos aparecieron, destellaron demasiada sangre.

Los míos gritaron. Mis pupilas temblaron tanto como mis extremidades, siendo hundidas por cientos de manos. Me arrastraron junto a su sonrisa, aunque no era dedicada a mí. Observaba delante, perdidos en alguna rareza que removió las venas de su cuerpo. Sus pupilas se dilataron, el pecho se hinchó.

Las voces susurraron, las yemas de los dedos se clavaron en mis músculos.

—Ha vuelto —susurró.

Cada extremo de mi cuerpo ardía. Sus ojos se fijaron en mí, hundida, luchando contra la asfixia. Los cuerpos colgaron del techo. El techo pertenecía al cuartel de la Orden. Su sonrisa creció, completamente retorcida.

—Has vuelto.

Volví a gritar, intentando escapar de las manos que me arrastraban.

—Chiara, Chiara...

La nieve cayó sobre mis manos, bajo mis pies. El mundo se desvaneció junto a mí, lo vomité junto a la escarcha mientras mi cuerpo oscilaba y se retorcía. Cuando volví a sentir sus manos, volví a sentir mi cuerpo. Volví a sentir la tierra congelada y el viento helado. Me cubrió con su abrigo y contuvo mi forma de hiperventilar.

—Hay que volver adentro, vamos.

Me condujo hacia el interior de la mansión. El calor me invadió, debilitando las pocas fuerzas que tenía.

—Quédate aquí, traeré algo caliente.

Me ayudó a recuperar la compostura, tomando lugar en el sofá frente a la chimenea que encendió. El calor traspasó mis huesos. Me abracé a mí misma, intentando recordar cómo había llegado al patio trasero. Cómo había terminado entre la nieve y el viento.

"The Little Dorks" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora