Lista de juguetes

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Se quedó pensando en cómo responderle. No quería hacerlo esperar, pero tampoco quería parecer tan desesperada.

"Yo tampoco pude dormir muy bien.

Soñé con nuestra despedida, con sus besos y caricias, y ya estoy ansiosa por verlo otra vez".

El sudor frío le hizo entender que algo no estaba bien y se tuvo que tranquilizar cuando se percibió jadeante y acelerada. Esos eran los efectos de Nikolay sobre su inútil cuerpo, total y absoluto descontrol.

Dejó el móvil sobre la mesa para recapacitar sobre lo que estaba haciendo y no pudo enviar el mensaje. Lo dejó escrito, pero no tuvo el valor de presionar el botón de enviar.

No iba a negar que estaba confundida y muy asustada.

No quería transmitirle lo incorrecto a ese hombre que le pagaría por tener su cuerpo y su compañía. Allí no había amor ni interés romántico al que aferrarse.

Tampoco deseaba involucrarse emocionalmente y, aunque sabía que, en algún punto de esa relación de seis meses sentir cariño hacía él se volvería algo indiscutiblemente inevitable, lo único que ambicionaba en ese momento era retardarlo y evitar a toda costa que su corazón se involucrara.

Algo le decía que le iba a doler, que le iba a doler mucho.

Cerró la aplicación de mensajes y bloqueó el móvil para desprenderse de esas emociones nuevas que se le metían bajo la piel.

Intentó pensar en otra cosa que no fuera en Nikolay.

Hizo muchas cosas productivas, pero estuvo todo el tiempo pensando en el mensaje del hombre. Se lo memorizó y podía apostar que estaba lista para recitarlo en el medio de un escenario, como si de una poesía romántica se tratara.

Miguel llegó justo a tiempo y la salvó antes de que enviara el mensaje.

—Señorita Kiara, buenos días —saludó Miguel y estiró su mano para recibirla.

—Buenos días —saludó sonriente y caminó hasta el auto que esperaba a por ellos.

Se subió con prisa, fijándose en sus curiosos vecinos, quienes no le quitaban ojo de encima y que de seguro harían chisme ardoroso con sus extrañas actitudes y visitas misteriosas.

—Primero iremos con el notario y a las diez con el doctor —explicó Miguel mirándola a través de los asientos.

Ella asintió mirando el coche. Todo era diferente. El conductor no era el mismo del día anterior, los vidrios del vehículo no eran oscuros y el panel divisorio no existía. Era un coche normal.

El viaje fue breve y agradable. Kiara se relajó escuchado la música del estéreo y mirando por la ventana. Evitó en todo momento mirar su teléfono móvil; cada vez que lo hacía se sentía tentada a responderle a Nik y estaba decidida a no llevar las cosas a otro nivel, solo mantenerlas en el ámbito laboral que correspondía.

—Señorita Cruz —dijo el notario presente, mirándola con curiosidad—. Este es el contrato. Tome asiento, léalo y si está conforme, lo firma. Luego lo haremos legal.

—Sí.

La aludida recibió el documento entre sus manos, el que se sentía grueso al tacto y lo acomodó frente a ella para empezar a leerlo con paciencia. Detalló el nombre de Nikolay, su fecha de nacimiento e incluso su residencia en su país. Leyó los tres puntos de los que habían hablado el día anterior, en su almuerzo tenso, y los repasó como si tratara de memorizarlos.

La confidencialidad del contrato llegó después. Se le prohibía brindar información a terceros sobre su relación y divulgar información sensible recibida, añadiéndole también que no podía hacer uso de ella para beneficio propio.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora