Traición y pasado

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Kiara no podía negar que disfrutaba mucho del trato cariñoso que el hombre le prometía y, poco a poco empezaba a malacostumbrarse a cada romántico detalle que él le brindaba sin esperar nada a cambio.

Después de hacer el amor, se enfrentaron a una mañana lluviosa que oscureció las calles de la pasional París. A ellos nada les importó y se refugiaron durante tres días en su habitación.

Algunas veces salieron a recorrer la ciudad a pie, a comer cuando tenían hambre o a mojarse con la lluvia. Escucharon música, bailaron en las noches frías frente a la chimenea y disfrutando de noches de películas y lecturas de libros.

El periodo de Kiara se intensificó. El sexo tuvo un papel secundario entonces, pero a Nikolay ni siquiera le importó. Él solo quería estar con ella.

—Te duele, ¿verdad? —preguntó él cuando ingresó al cuarto de baño y la encontró sufriendo.

—Un poco —mintió ella.

Le dolía profundamente.

—¿Son los cólicos del periodo? —preguntó él.

Ella asintió dolorida. Nikolay asintió y abandonó el cuarto de baño para conseguirle un par de antinflamatorios que le ayudaran con el dolor.

Ella los recibió y se los tragó con prisa, ansiosa por poder dormir en paz. Usó un pijama grueso y masculino que el hombre llevaba en su maleta y se metió en el centro de la cama, con la esperanza de que él la acompañara, pero Nikolay se vistió informal y se sentó a trabajar en el escritorio que ornamentaba el dormitorio.

Ella lo miró durante horas trabajar, hasta que no se pudo aguantar.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, incorporándose en la cama.

Nikolay volteó para mirarla y suspiró cansado. Llevaba muchísimas horas sin dormir y ella lucía realmente tentadora desde la cama. Tenía el cabello alborotado por todos lados y las mejillas rojas. Desde la distancia podía imaginar su cuerpo cálido.

—Tengo que responder algunos correos y...

—Si te acuestas conmigo ahora, prometo ayudarte después —interrumpió ella, incrédula de lo que el hombre le decía.

—En la cláusula A, número trece, dice que no puedes interferir con mis asuntos laborales —respondió él, frío, mirando la pantalla de su computadora.

Tenía insistentes correos de Miguel y algunos de su hermano mayor. Sabía que no podía pasar por alto ninguno de los dos y peor al recordar la situación que había dejado atrás.

Kiara se rio. Ella conocía muy bien las cláusulas del contrato, las había leído en repetidas veces.

—La cláusula C, número uno, dice que puedo interferir en tus asuntos laborales, cuando se ha pactado un encuentro con anterioridad —refutó ella—. Este encuentro es la razón por la que nos conocimos —siguió, recordándole la verdad—. Está planificado.

Nikolay volteó para mirarla. Estaba sorprendido.

Se levantó de la silla sin decir nada, con una sonrisa en sus labios.

Por otro lado, ella se descubrió victoriosa.

—Sé lo que dice el contrato —dijo él, desafiante—. Yo lo escribí.

Se metió en la cama junto a ella y se abrazaron con calidez. Se quedaron los dos en silencio, escuchando solo el golpeteo de la lluvia en el exterior ya oscurecido. Sus piernas se enroscaron y hallaron calor.

Nikolay le acarició la espalda con la punta de los dedos, y otras veces subió hasta su cabeza para tocarle la nuca y frotar su cabello. Se quedaron en silencio un largo rato, acariciándose. Solo allí Nikolay notó que había algo que preocupaba a Kiara.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora