Placer

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Kiara logró escapar de su agarre y formar un ovillo con su cuerpo dolorido, escondiéndose detrás de las almohadas y sus manos.

A Nikolay le dolió lo que vio, también lo que escuchó. Estaba asustada y lloraba angustiada.

—Kiara —susurró y, cuando quiso tocarla, ella chilló enrabiada, evidenciando lo mucho que le dolía. No era dolor físico. Era un dolor que tenía en su alma—. Kiara, soy yo —reconoció él, con un nudo en la garganta.

Hasta ese momento, había creído que tenía todo bajo control. Fue duro descubrir que no. Él no la había lastimado, pero sí había revivido parte de ese sufrimiento que tanto la abrumaba.

Sentía rabia de verla así y de saber que alguien había roto tanto en ella.

Furioso, la agarró por la espalda y la sentó sobre su regazo, conteniéndola antes de que terminara odiándolo.

—Me quiero bañar —sollozó Kiara, angustiada por lo que sentía.

No lo miró a la cara, no podía hacerlo.

—¿Por qué? —preguntó él y la abrazó por la espalda—. No necesitas hacerlo.

—¡Me siento sucia! —gritó ella con impotencia.

Alcanzó a sostenerla justo a tiempo, antes de que escapara. Mantuvo la calma, aunque no sabía qué hacer.

—Tranquila —susurró en su cuello—. ¿Quieres bañarte por qué te sientes sucia? —le preguntó, anhelando que ella le hablara—. Yo te toqué con cariño, Kiara, si no lo sentiste así, dímelo, por favor —suplicó complicado.

Le dolió imaginar ser el causante de su dolor.

Kiara se mantuvo callada y pensó en lo que él le decía.

Vio a través de ella como nunca había hecho y comprendió que no tenía rabia con Nikolay, sino, consigo misma, por nunca haber hecho algo para sanarse, por haberse guardado los miedos por tanto tiempo.

—Ya sé que me tocaste con cariño —susurró ella—. Pero mi mente no lo cree así. —Nik la aferró fuerte y nada importó en ese momento, solo la conciliación de Kiara con ella misma—. Me cuesta mucho dejar de pensar en eso, en sus manos debajo de mi vestido y en su pene en mi boca. De mis arcadas. —Hipó—. Todavía puedo verlo a través de mis ojos llorosos —confesó sin escrúpulos.

Era la primera vez que lo decía en voz alta. Era la primera vez que lo reconocía ante otra persona que no fuera ella misma frente a un espejo.

Nikolay sintió rabia.

—¿Cómo se llama? —preguntó y la joven se atrevió a mirarlo con temor.

—No necesitas saber eso —respondió con desconfianza, con los ojos llorosos.

Nikolay apretó los dientes hasta que rechinaron.

—Sí, necesito saberlo —exigió después y la tomo por el cuello con fuerza—. Dímelo, Kiara. No olvides el punto uno de nuestro contrato.

Ella titubeó.

—¿Para qué quieres saberlo? —preguntó asustada. Él se oscureció con su pregunta—. Solo es uno de los muchos sacerdotes que estaban allí. Todos hacían lo mismo, todos eran cómplices. En la escuela, las monjas...

—¿Qué? —interrumpió él. No sabía si podía seguir escuchando más—. ¿En la escuela? ¿Acaso lo veías en la escuela? —preguntó furioso.

—A veces —reconoció pálida. Nikolay respiró apurado—. Nunca supe su nombre, pero se apellidaba García. El sacerdote García.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora