El entierro

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Alzó la mirada con disimulo y miró a todos los presentes con prisa, para volver a clavar los ojos en el césped húmedo bajo sus pies.

Su madre no aparecía por ningún lado.

«¿Cómo era posible que no estuviera allí?» Gruñó.

Intentó contener las lágrimas, pero que hubiera tanta gente reunida por su padre, no ayudó y los ojos se le nublaron en cuestión de segundos. En su bolso encontró un par de gafas negras y no dudó en usarlas. Se escondió también detrás de una gorra.

Respiró entrecortado, conteniéndose.

Su madre seguía sin aparecer. «¡¿Dónde carajo estaba?!» Gritó para sus adentros con los puños apretados.

Supo entonces que no podía seguir esperando.

Saludó a los presentes con educación. Avanzó pisando con cuidado. Había llovido toda la noche, el césped estaba resbaloso.

—¡Kiara! —exclamó Melissa en cuanto la vio—. Amiga, sabes que estoy aquí para ti —dijo y se acercó con rosas blancas en sus manos—. No, Ki, por favor no llores —rogó—. Todo estará bien —consoló y la abrazó.

—Mi madre no aparece —sollozó, pero cuidó de que nadie la escuchara—. Llevo dos días sin hablar con ella —agregó.

Melissa la con congoja. Ni siquiera sabía qué decirle para consolarla.

—Tal vez no quiere aceptar lo que ocurrió —supuso Melissa.

—¡Pero es su esposo! —chilló y todos los ojos recayeron sobre ella—. Es su esposo, quien estuvo a su lado por treinta años... —lloró entre dientes—. Debería estar aquí.

—Pero no lo está —indicó Melissa lo indiscutible y le miró apesadumbra—. Estás sola, Kiara. Y tienes que enfrentarlo sola hasta que ella aparezca —aconsejó y la tomó por el brazo—. De seguro aparecerá cuando se sienta mejor. —Le palmeó la mano un par de veces—. Mi tía siempre dice que hay personas que no saben enfrentar una pérdida, y tu mamá puede ser una de ellas —conversó, pretendiendo tranquilizarla.

Cuando la ceremonia fúnebre comenzó, se echó a llorar con desconsuelo. Estaba allí físicamente, pero su mente viajaba entre recuerdos y momentos familiares únicos que no iba a poder olvidar jamás y que no volverían a repetirse.

Quiso aceptar qué todo lo que había sucedido con su padre era un accidente laboral, pero había algo que no la dejaba confiar. Su padre había trabajado en la misma empresa desde que ella tenía memoria. Nunca había cometido ni un solo error y el primero que cometía le había costado la vida.

Melissa se quedó con ella hasta el final.

Los amigos del padre de Kiara se despidieron de ella, pero la joven estaba tan desconsolada que no pudo ni mirarlos a la cara.

Su amiga le regaló algunos minutos junto a la sepultura de su padre y la escuchó llorar refugiada desde la copa de un grueso árbol. La lluvia regresó algunos minutos después, cuando el atardecer se aproximó a alcanzarlas.

—Hora de irnos, Ki —interrumpió Melissa cuando la intensidad de la lluvia se volvió peor.

El cielo se tornó tenebroso y el ambiente espeluznante.

—No llegó —lloró Kiara refiriéndose a su madre y se levantó a duras penas del suelo enlodado.

Melissa la sostuvo entre sus brazos y juntas caminaron por el cementerio.

La joven estaba sola, su hermana mayor estudiaba en el extranjero, en compañía de su hermano, quien había conseguido establecer una nueva vida lejos de ellos. Ahora, su único sustento, tanto económico como emocional, fallecía y, para colmo, su madre desaparecía.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora