Verdugo

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Kiara se levantó de la cama y corrió a la única ventana que el lugar disponía. Necesitaba respirar aire fresco. No solo sentía que se ahogaba, también sentía que se quemaba.

Abrió las cortinas rojas con el pulso tembloroso y se encontró con el mar azul que se azotaba ante sus ojos con frenesí.

Desnuda salió al ajustado mirador que la habitación poseía. Se apoyó en el pasamano con los ojos cerrados y respiró entrecortado, conforme seguía oyendo los gritos de la desconocida desde la distancia.

Era la primera vez que Kiara se sentía tan humillada y avergonzada. Era una mezcla no muy buena para una joven como ella, tan débil e insegura, pero el agua fría le rozó los pies y solo allí fue capaz de entrar en calma.

Nikolay regresó al interior de la habitación sintiéndose terrible. Tenía un nudo amargo en la garganta, pero no por él, sino por Kiara. Sin dudas, lo que Bárbara había hecho era lo más bochornoso que había vivido nunca.

Se sorprendió cuando no la encontró en la cama. Él esperaba hallarla acurrucada y avergonzada y se asustó al no verla.

Vio las ventanas abiertas y se acercó apresurado al exterior de la habitación con temor.

La joven había encontrado un lugar en el que sentarse, donde las piernas se le hundían completas en el mar y las olas se acercaban para acariciarle los muslos y glúteos.

Ni siquiera se había tomado la molestia de vestirse. Estaba desnuda, pero no enseñaba nada; el cabello largo y negro caía sobre su pecho.

Era claro que le estaba esperando.

Él se acercó tímido y cabizbajo. No sabía realmente cómo iniciar esa conversación después de enfrentar algo tan incómodo.

En ese segundo, no supo qué hacer. Estaba asustado de decirle la verdad, de perderla. De que ella tuviera miedo de su pasado y presente, y saliera corriendo hasta el otro lado del mundo.

Con la mandíbula apretada se sentó detrás de ella, rodeándola con sus piernas por sus caderas y metió sus manos por su cintura. Kiara se tensó ante su contacto varonil, pero se recostó sobre su pecho.

Nikolay no pudo negar que sintió alivio cuando ella se acostó con todo su peso sobre su pecho y dejó descansar su cabeza en su hombro, mirando hacia el cielo azul y anaranjado.

El atardecer estaba cerca.

—Cuando era niño amaba venir aquí —reveló él—. Mi madre siempre me castigaba cuando me encontraba aquí. —Ella se rio—. Temía que cayera y me ahogara.

—Una madre preocupada —susurró ella en respuesta y tomó sus manos que se habían acomodado sobre su abdomen, transmitiéndole calor.

Sin dudas, para ella, eso era lo más anímico que había vivido nunca. Tenía el periodo y el agua salada la estaba limpiando en tan purificante momento. Que Nikolay estuviera allí, en su espalda y sosteniéndola, solo la hacía sentir protegida y aunque sí tenía miedo y vergüenza por lo ocurrido, a la vez sentía consuelo.

—¿Cuál era tu lugar favorita de niña? —preguntó él, deseoso de saber más de ella, de la Kiara de la cual se enamoraba.

Kiara moduló una "m" infinita con la boca cerrada y pensó detenidamente en su pregunta.

—La casa del árbol —respondió y se aferró más fuerte a sus brazos—. Me escondía ahí todo el día, era como mi base secreta y...

—¿De quién te escondías? —interrumpió él y le quitó el cabello de la cara para mirarla.

—De todos —reconoció Kiara con tristeza y se atrevió a mirarlo a la cara—. La puerta era pequeñita y nadie podía entrar. Era mi lugar seguro. —Nikolay arrugó el entrecejo y se le acabó el aire cuando entendió la verdad. Ella vio lo afectado que él estaba y le dijo—: A mí ya no me duele, Nikolay, tampoco debería dolerte a ti.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora