Punto medio

5.8K 429 19
                                        

Nikolay vio a Kiara marchar y la extrañó desde el primer segundo. No iba a negarse a sí mismo lo que empezaba a sentir por ella. Tal vez no se trataba de un amor torbellino, de esos que llegan y destruyen todo a su paso, pero si de un sentido de protección con el que no era capaz de lidiar, mucho menos luchar.

Se quedó de pie en las afueras del restaurante con un trago amargo en la garganta y esperó hasta que el vehículo en el que ella viajaba desapareciera al final de la amplia avenida.

Ella viajaba segura y con un conductor de confianza que se encargaría de llevarla hasta la puerta de su casa, aun así, a pesar de que sabía que la joven estaría a salvo, no podía quitarse esa extraña sensación de desconfianza del pecho.

Peor aún con lo que Miguel le había insinuado: Kiara no era quien decía ser y sus raíces eran más oscuras de lo que él creía.

Pero no sentía desconfianza hacia ella, sino, hacia el inusual pasado que la envolvía. A Nikolay Popov las cosas no terminaban de cuadrarle y, no obstante, no había realizado más preguntas al respecto, él encontraría la forma de conocer la verdad.

Siempre lo hacía.

Como no tenía mucho tiempo antes de irse al aeropuerto y viajar a España a reunirse con sus cuatro hermanos, se fue con prisa del restaurante y caminó apurado hasta el hotel donde debía volver a reunirse con Miguel.

Los escoltas rusos no tardaron en perseguirlo, siempre cinco pisadas detrás de él, aun cuando él siempre les pedía que cuidaran su distancia para no levantar sospechas.

Subió hasta su habitación y organizó sus pertenencias con prisa, preparando un pequeño bolso deportivo para viajar. No quería viajar con tantas maletas, exponiéndose a las interrogantes de sus insistentes y curiosos hermanos.

Miguel llegó justo tiempo, como siempre, e ingresó a la habitación que Nik y Kiara habían compartido durante los últimos tres días.

—Señor —dijo el hombre cuando se reunieron en privado y le ofreció un sobre con toda la información privada de Kiara.

Nikolay le saludó con un rápido gesto. El ruso abrió el sobre y revisó la información en silencio: registro de parto en blanco, acta de nacimiento, registro familiar.

Nik inhaló fuerte cuando vio el nombre de sus padres.

—Miguel, ¿tienes todo listo para el viaje a París? —preguntó mirándolo de reojo.

—Sí, señor, como usted ordenó —respondió—. El pasaporte de la Señorita Cruz estará listo el martes y los vuelos ya están reservados, también el hotel y...

—¿Qué hotel eligió, Miguel? —investigó Nikolay y lo miró a la cara con el ceño arrugado—. Le prometí a la Señorita Cruz una vista a la torre Eiffel y Pullman es el único que puede ofrecernos eso —dijo, refiriéndose al hotel al que quería llevar a Kiara en su noche de romance.

—Y eso tendrá —respondió el hombre—. Reservé la mejor habitación y vista —explicó—. Y estoy intentando contactar con Baundin para el espectáculo de luces.

Nikolay se tocó el mentón y pensó otra vez en todos los detalles que debía cubrir antes de marchar. Sabía que el periodo menstrual de la joven estaba cerca y él anhelaba que todo fuera perfecto, al menos para ella, quien iba a tener su primera vez, entregándose a él como tanto lo deseaba.

—¿Te puedo pedir un favor, Miguel? —insistió Nikolay y le miró con agudeza. Miguel destetaba esa mirada. Era igual a la de su padre: terrorífica—. Pero no puedes comentar esto con nadie, ni siquiera con mi padre. Esto es entre tú y yo.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora