14

167 11 0
                                    

—Todas las cosas buenas —murmuré para mí misma frente al espejo del baño. Respiré profundo y limpié mis lágrimas, no queriendo que Henry notara lo molesta que estaba por regresar a casa.

La semana pasada con Henry fue emocionante y atemorizante. Hay tantas cosas que nunca hubiera considerado hacer en el pasado y aún no podía creer por completo que las había hecho (ir en la parte trasera de una motocicleta, paracaidismo, tener sexo en la parte trasera de un auto y en la playa). Si cualquiera me hubiera dicho hace una semana que esto es lo que estaría haciendo, me habría reído de ellos. Yo no hacía estas cosas.

Ahora, no habría cambiado esas experiencias por nada en el mundo.

La idea de regresar a casa, a mi trabajo estable y a mi vida mediocre era francamente deprimente. Apenas podía imaginarme regresando a la oficina y sentándome en mi escritorio todo el día, lidiando con las órdenes ridículas de cabeza de chía y pasando tardes con mi colección de súper heroínas.

La rutina había perdido su encanto.

Si Henry hubiera terminado nuestro encuentro en la playa diciendo que me quedara con él, habría accedido de inmediato. En ese momento, habría abandonado toda mi existencia en Ohio y me hubiera quedado en Florida para experimentar la vida, la vida real, aquí con él en la playa.

Pero él no me lo pidió, y yo no lo sugerí.

Con mi maleta hecha caminé hacia la puerta frontal y busqué alrededor por Henry. Al principio no lo vi, pero después noté movimiento en el patio y fui a encontrarlo. Estaba parado en el borde de la arena, viendo hacia el agua.

—La pasaste bien, ¿cierto? —preguntó, jugueteando con el borde de su gorra con nerviosismo.

—Lo hice —confirmé—. Fue lo mejor.

—Debí reservar tu vuelo de regreso el domingo —Henry me dijo mirándome con tristeza.

—Está bien —dije. No lo estaba. No estaba bien en absoluto, pero yo estaba dispuesta a poner excusas—. Como que necesito un día para recuperarme.

Él rió y después miró su reloj. Suspiró.

—Supongo que es hora de dirigirnos al aeropuerto —dijo.

—Supongo que lo es.

Nos metimos en el jeep y Henry condujo despacio por la autopista. Conservé mi bolsa con mi licencia de conducir y mi pase de abordaje, envueltos en mi cintura derecha. Siempre he sido un poco paranoica acerca de perder documentos importantes cuando viajo y siempre me mantengo chequeando para asegurar de que sigan ahí junto con mis tarjetas de crédito y algo de efectivo.

Henry no dijo mucho, solo miró hacia el tráfico mientras seguía los señalamientos hacia el aeropuerto. Yo alterné mi vista entre la ventana y mirando su perfil, pero no tenía más palabras de las que él tenía.

Hablamos sobre hacer planes para vernos en tres semanas, cuando Henry regresara a Ohio. Él no tenía una fecha exacta pero prometió avisarme en cuanto su vuelo estuviera reservado. Parecía que estaba a una vida de distancia.

Me acerqué para poner mi mano en su muslo. Henry miró hacia abajo, sonrió débilmente y cubrió mi mano con la suya. Lo observé mover sus dedos sobre mis nudillos, tratando de guardar en mi mente la imagen de la compleja flor en el dorso de su mano y las marcas tribales cubriendo sus dedos. Recuerdos de sus manos en mis pechos, mis piernas y sosteniendo mi rostro mientras me besaba invadieron mi mente, amenazando con romperme en un mar de lágrimas.

AlarmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora