Epílogo

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—¿Dónde guardas el rallador de queso? —le pregunté a Henry.

—En el cajón superior, junto a la estufa.

—¡Lo encontré!

Vivir con Henry era fantástico. Tratar de trabajar en su cocina... no tanto.

No tenía ni idea de cómo había organizado originalmente el lugar, si era que se le podía llamar organizado en absoluto, pero no era capaz de encontrar nada sin preguntarle a Henry dónde estaba escondido. 

Tenía sartenes donde yo pondría los platos, toallas donde deberían estar los cubiertos y especias que se suponían que estaban en el garaje en un estante cerca de la puerta. 

El mudarse a la casa de otra persona era como un reto, como si no hubieran habido suficientes cajas antes, ahora todas las mías se añadían a la mezcla. 

Al menos la habitación que Henry había despejado para mí por fin estaba tomando forma de una habitación de invitados. Había un montón de espacio para mi estantería y mis súper heroínas tenían una gran vista al Atlántico. 

Mamá llegaría de visita en un par de horas. 

Mo y Lo seguían viniendo cuando teníamos que mover muebles pesados o cajas. Henry todavía no tenía permitido hacer nada extenuante, y la sala de pesas estaba sin usar. Afirmaba que estaba perdiendo sus ganancias, lo que fuera que eso significara.

—Bien, ahora, ¿Dónde está el queso? —metí la cabeza más profundamente en el refrigerador, pero no apareció ningún queso por arte de magia. Cuando Henry no respondió, entré a la sala de estar.

Estaba en el suelo, recostado en el sofá, con una caja grande a su lado llena de juguetes con los que Cayn había jugado. Javier había fijado una meta: que Henry revisara una caja por semana, pero no había estado haciéndolo muy bien con esa tarea.

El proceso no parecía molestarle, pero tenía un recuerdo para cada artículo que encontraba. Usualmente decidía que necesitaba guardarlo todo y terminaba poniéndolo en la caja otra vez.

Aún así, era un comienzo.

—¿Henry? —dije de nuevo—. ¿Dónde está el queso?

Dejó caer una figura de acción de las Tortugas Ninja Mutantes Adolescente de vuelta a la caja y me miró con una expresión en blanco.

—¿Qué? —preguntó.

Me arrodillé junto a él.

—¿Estás bien?

Henry metió la mano en la caja y sacó una estatuilla de plástico de Batman.

—Supongo —dijo poco convincente—. Solo estaba pensando.

—¿En qué?

—De hecho, en mi mamá —me miró—. Nunca conoció a Cayn.

—Oh —no estaba segura de cómo responder, así que me senté a su lado y puse mis brazos alrededor de sus hombros.

—Estaba... bueno, como que estaba pensando en llamarla.

—¿Ah, sí?

—Sí. Javier y yo lo hablamos ayer. Lo que pasa es que no tengo ni idea de qué decirle.

—Tal vez podrías comenzar con un hola —sugerí.

—Sí, eso es lo que él dijo —Henry descansó su cabeza en la parte superior de la mía—. Solo que no parece suficiente. No he hablado con ella en ocho años.

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