19

163 9 0
                                    

La luz del sol a través de la ventana se movió con lentitud sobre las cajas de la habitación, resaltando la caja de juguetes de Cayn antes de subir por la ventana y finalmente desaparecer. En un punto, vi un ligero movimiento en la puerta mientras Redeye nos revisaba, para después desaparecer con rapidez. Continué sosteniendo a Henry.

Su temblor gradualmente disminuyó y después se detuvo. Seguí sosteniéndolo hasta que se hizo hacia atrás y se sentó, mirando a la ventana y lejos de mí. Mi espalda y mis piernas estaban entumecidas y me pregunté si las suyas se sentían peor.

—¿Cuánto llevas aquí sentado? —le pregunté.

Henry solo se encogió de hombros.

—¿Has comido?

Henry asintió a la pila de botellas vacías de cerveza.

—Eso no cuenta.

Se encogió de hombros de nuevo.

—¿Has dormido?

—No realmente.

—Ven conmigo —dije—. Voy a conseguirte algo de comer y después vas a irte a la cama.

 Sostuve su mano, jalándola bien apretada a la mía a la vez que me levantaba. Primero no se movió, pero lo miré fijo hasta que se rindió. Se levantó muy lento, haciendo una mueca y frotando su espalda. Envolví un brazo alrededor de su cintura y lo llevé a la cocina.

Vi a Redeye y a Lance mirarnos desde el patio. El rostro de Redeye se convirtió en una sonrisa mientras me veía sentar a Henry en la cocina y empezar a hacerle un sándwich.

—No sabía que estaban ahí —dijo Henry.

—Redeye me recogió en el aeropuerto —le informé—. Te dije que estaban preocupados.

—Estoy bien —Henry contestó. Parpadeó un par de veces y después hizo una mueca al plato que puse delante de él.

—No discutas —dije severa—. Vas a comerte eso y después vas a descansar un poco.

 Abrí los armarios, en busca del gran contenedor de polvo de proteína que recordé que tomaba en las mañanas. Lo encontré justo al lado de una caja con paquetes individuales de Swedish Fish. Recordando que a Henry le gustaban, agarré una de las bolsas.

Mezclé la proteína en la licuadora y después coloqué el vaso y la bolsa de dulces en la mesa. Henry miró la bolsa y su rostro perdió el color.

—¿Henry?

Se empujó a sí mismo lejos de la mesa, se estrelló contra la pared detrás de él y me miró con los ojos envueltos en llamas.

—¡No estoy jodidamente hambriento! —gritó—. ¡Ni siquiera sé por qué mierda estás aquí! Ya te fuiste una vez, ¡¿no fue suficiente?!

Di un paso atrás, sorprendida por el estallido. Vi a Lance levantarse de donde estaba sentado, pero Redeye agarró su brazo y lo hizo retroceder.

Recuerdos de mi madre poco tiempo después del funeral de mi padre se reprodujeron en mi cabeza. Habíamos ido a cenar con unos pocos amigos y mi madre le había gritado al mesero porque confundió un poco nuestras órdenes. Nunca la había visto arremeter así contra alguien, pero entendí que el enojo no estaba dirigido a nadie en ese restaurante. Estaba enojada con la vida y con la desesperanza y el miedo que acompañaron la muerte de papá. Estaba enojada con él por irse y había descargado su furia, en vez de sentir el dolor de perderlo.

Recordé a Henry comprando Swedish Fish cuando estábamos en el aeropuerto antes de que voláramos juntos a Miami. Le había preguntado por los dulces y se había vuelto callado y distante por un rato. Estaba empezando a comprender por qué.

AlarmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora