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Habían pasado más de dos semanas y aún tenía pesadillas.

Algunas veces eran sobre estar en un estacionamiento lleno de disparos y sirenas. Algunas otras eran sobre estar atrapada en la parte trasera de un auto con Henry gritando, su rostro contraído. Incluso tuve una donde salía al patio para observar la salida del sol sobre el agua y encontraba los cuerpos de la pareja que salió huyendo del restaurante, cubiertos en sangre, tirados cerca de la alarma de incendio.

Algunas veces lo soñaba a él haciéndome el amor en la playa.

Eso era lo peor.

No, no lo era. Lo peor era despertar y darme cuenta que solo estaba sosteniendo mi almohada.

No le había contado a nadie lo que sucedió. El cajero de la gasolinera me había mencionado un hotel cercano que tenía transporte al aeropuerto y le di al aparca-autos veinte dólares para que me dejara entrar. Tuve que pagar para que cambiaran mi boleto de vuelo al siguiente en salir, pero regresé a Ohio.

Eventualmente encontré a un taxista dispuesto a que le pagara una cantidad exorbitante para que me llevara hacia el norte de la ciudad, a mi hogar.

Una vez que conecté mi teléfono celular al cargador, encontré una docena de mensajes y llamadas perdidas de Mare. No queriendo que escuchara mi voz en una llamada telefónica, le mandé un texto en respuesta dejándole saber que estaba en casa, sana y salva. Me había enviado muchos mensajes y la siguiente llamada fue preguntándome sobre las vacaciones, pero la esquivé diciéndole que le contaría en persona. Desde ahí, he evitado estar a solas con ella.

Habíamos sido amigas durante el tiempo suficiente como para que pudiera deducir que algo iba mal y no quería responder sus preguntas. Si lo hacía, me quebraría y le contaría todo. No podía arriesgarme a eso. No quería admitir lo estúpida que había sido y también lo aterrorizada que había estado en mis últimos minutos con Henry.

Ni siquiera quería volver a pensar en lo que había sucedido afuera del pequeño restaurante cubano en mi último día en Miami.

Fui completamente tonta por no escuchar mis alarmas internas y estaba positivamente avergonzada. Lo último que quería era admitirle mi estupidez a cualquier persona.

Henry trató de llamarme tres veces la semana que regresé. No respondí y no dejó un mensaje de voz. No intentó llamar después de eso. Por lo que sabía, estaba en su camino hacia la cárcel.1

Solo quería olvidarlo todo.

Así que estaba de regreso en mi normal y aburrida rutina. Cabeza de chía estuvo furioso el primer lunes por la mañana y me dio un gran sermón sobre mi aviso de vacaciones, pero no me despidió. Aunque me aclaró que mis acciones serían detalladas en mi próxima evaluación.

Imbécil.

Estaba cansada de tener que seguir las estúpidas órdenes de Kevin con su Cabeza de chía. Por mucho que odiara la idea, decidí que era un momento de encontrar un nuevo trabajo. Le dije a Nate que estaba disponible y me dijo que haría que si antiguo reclutador me llamara.

Mientras tanto, me levantaba con la alarma cada mañana. Luchaba con el tráfico todo el camino hacia mi trabajo y de alguna manera aún así lograba llegar a tiempo todos los días. Iba a las juntas, respondía correos y mantenía los proyectos en forma.

Gabe me llamó para decirme que ya había encontrado un auto y que no necesitaba mi ayuda. Mare seguramente le contó de mi viaje espontáneo y por eso me preguntó si me había gustado Florida, pero le entró otra llamada y no tuvimos tiempo de hablar de ello. Gracias al cielo.

 Evité cualquier hora feliz en el Thirsty's Oasis con excusas que iban desde carga extra de trabajo, a problemas con el auto, a dolores de cabeza. Sabía que habría preguntas y no quería responderlas. Además, ese era el lugar donde lo había conocido y no necesitaba ese recordatorio.

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