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Henry rodó hacia su lado y me sostuvo contra su pecho mientras yo lloré. No entendía qué estaba pasando dentro mío; solo sabía que estaba abrumada, exhausta y mis emociones estaban completamente fuera de control.

Amé cada momento de lo que él me había dicho.

Eso era lo que me asustaba.

Muy dentro de mí, las alarmas aún estaban activándose. Sentí como si todavía estuviera cayendo del avión antes que el paracaídas se abriera, cuando todo aún era incierto. Podía prácticamente ver el piso acercándose más y más mientras caía y esta vez no había un paracaídas.

Lo había dejado venirse en mí.

Dos veces.

Sexo sin protección.

Mi mamá me había dado varias versiones de "la charla" durante mis años de infancia y adolescencia. Ella cubrió los básicos, me advirtió de no tener sexo hasta que fuera mayor y entonces en el último tiempo me aconsejó volverme sexualmente activa. Había muchas reglas acerca de asegurarme que fuera con la persona correcta, la situación ideal y no dejar que alguien se aprovechara de mí. Sobre todas las otras, había una regla más importante —usa control de natalidad.

Había fallado en múltiples cuentas.

A medida que mi sollozo disminuyó, Henry besó la cima de mi cabeza, me abrazó cerca y luego colocó su dedo en mi barbilla para levantar mi rostro hacia él.

—¿Estás asustada de mí?

—Sí —sollocé.

—¿Por qué? —Su voz era un susurro, su expresión adolorida.

—Difícilmente sé algo de ti.

—Yo tampoco sé casi nada de ti —contestó—. ¿De qué estás asustada?

¿Cómo podía poner esto en palabras? No era solo que él me podría haber embarazado, lo cual era suficiente por sí solo, era algo más grande. Era todo lo que me había hecho sentir.

Solo voy a estar aquí por tres días más.

—Chloe, ¿Qué crees que haría? —Henry preguntó cuando no le respondí.

—No lo sé —susurro.

—¿Crees que te heriría? No lo haría. Lo juro. Nunca haría algo como eso.

—No —sacudí mi cabeza, tratando de hacer que los pensamientos en mi mente tuvieran sentido—. Al menos, no exactamente.

—¿Qué pasa entonces? —Él insistió.

—No... no lo sé —dije tomando una respiración profunda—. Todo esto me asusta hasta la muerte.

—¿Todo qué? —Sus brazos se tensaron y pude escuchar la frustración en su voz. 

—Estar aquí —dije—. Todo con respecto a esta semana, solo ha sido... bueno, ha sido...

Mi voz se apagó, tratando de encontrar las palabras.

—Ha sido maravilloso —digo finalmente y luego empiezo a llorar otra vez.

Él acunó mi cabeza en sus manos, mirándome fija y atentamente.

—¿Y eso te asusta?

—Sí —sollocé y limpié mis ojos.

—No entiendo —Henry admite—. Quiero decir, si estás pasándola bien... ¿cuál es el problema?

Otra lágrima se deslizó por mi mejilla y él la limpió con su pulgar. Me miró a los ojos viéndose tan confundido como yo me sentía.

—Dime —rogó.

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