26

145 11 0
                                    

—¿Cuál es el plan para hoy? —pregunté mientras quitaba los platos del desayuno.

Henry tomó un sorbo de su café golpeando la parte trasera de uno de sus nudillos contra su portátil.

—Bueno, nada en particular —dijo—. Me vendría bien algo de ayuda para escoger un loquero.

Miré la pantalla para ver una lista de los psicólogos locales especializados en servicios de apoyo emocional.

—Sabes que en realidad no les gusta ese término —le informé.

—Mierda cierta —respondió—. Dije que lo haría. Eso no quiere decir que crea que vaya a ayudar.

—Gracias por intentarlo de todos modos —besé la parte superior de su cabeza.

Miramos en la lista hasta que encontramos uno con un perfil que Henry pensaba que sonaba bien. Era domingo, pero él quería seguir adelante y dejarle un correo de voz.

—Uh, está bien —dijo en el teléfono—. Mi nombre es Henry, mi novia dice que tengo que hablar con alguien sobre algunas mierdas, así que, eh... sí... llámeme en algún momento.

Dejó su número, colgó y tiró el teléfono en la mesa de la cocina.

—¿En serio? —le puse los ojos en blanco.

—Imagino que es mejor si ella sabe en qué se está metiendo —explicó Henry—. Soy un bastardo malhumorado.

—No, no lo eres.

—Puedo serlo —discutió, pero no encontró mis ojos mientras hablaba—. No quiero hacer esto, Chloe. Lo haré, pero no quiero.

Las manos le temblaban un poco, lo suficiente como para que lo notara.

Me acerqué a su lado y puse mi mano sobre su hombro.

—¿Quieres hablar conmigo al respecto? —le pregunté en voz baja. Habíamos pasado un rato hablando de Cayn el día anterior, pero era claramente doloroso para él.

—No —se echó hacia atrás en la silla y frotó las palmas de sus manos en sus ojos—. Hoy no.

—Tenemos que encontrar algo divertido que hacer, entonces —sugerí—. Tal vez podamos montar una ballena o ir a bañarnos desnudos con pirañas.

Eso le hizo reír.

—Quizás algo menos aventurero —dijo Henry con una sonrisa.

—Salir suena bien. ¿Tal vez comenzar con un paseo por la playa?

—¿No has tenido suficiente con las conchillas por ahora? —Henry se levantó de la mesa y puso su taza de café en el fregadero.

Muy bien, tenía un punto. Había encontrado una de sus cajas de mudanza vacías y casi la llené con conchillas que había encontrado en la arena.

—Pues, sería bueno hacer algo al aire libre —le contesté—. ¿En qué estabas pensando?

—Hay unos cuantos juegos de interior que conozco —Henry movió las cejas hacia mí.

—¡Tienes la mente con un solo pensamiento! —lo acusé.

—Esconde el pájaro es un gran juego —envolvió sus brazos a mi alrededor y me apoyó contra la pared que separaba la cocina de la sala de estar. Encontró mi cuello con sus labios y comenzó a dejar besos de camino a mi oído—. Conozco el lugar donde ponerlo. Nunca lo encontrarás.

—Tengo la sensación de que seré capaz de decir dónde está.

—Puedo ser muy astuto —dijo.

—¡Pero no muy sutil!

Sus manos se arrastraron hasta mis costados y comenzó a retorcer los dedos, haciéndome cosquillas. Era increíblemente delicado y de inmediato empujé sus manos, tratando de escapar.

—¡Basta! —grité, pero no podía dejar de reír. Pasé por debajo de su brazo y corrí hacia la sala de estar. Habían demasiadas cajas alrededor como para moverme muy rápido y él estaba justo detrás de mí.

—¡No tienes oportunidad! —Henry me agarró por la cintura y me tiró al suelo. Aterricé de forma segura en la alfombra con sus brazos envueltos en mi cuerpo.

En la cocina, el teléfono de Henry sonó, pero lo ignoró.

Henry me hizo rodar sobre mi espalda y su boca cayó sobre la mía un momento después, pero siguió haciéndome cosquillas mientras al mismo tiempo trataba de empujar hacia abajo mis pantalones cortos. Seguí chillando.

Se detuvo un momento para dejarme recuperar el aliento y entonces oí el sonido característico de neumáticos sobre la calzada de piedra cuando el teléfono comenzaba a sonar de nuevo.

—¡Ya basta! —grité arreglándomelas para sacar su mano de la parte delantera de mis pantalones cortos—. ¡El teléfono está sonando y alguien está aquí!

—No me importa —dijo. Sus dedos se deslizaban entre mis piernas, frotándose contra mi clítoris, haciendo que me sintiera mareada.

—¡Henry!

El teléfono volvió a sonar. No podía oír a nadie venir hacia la puerta y me pregunté si me había equivocado. Tal vez era solo alguien dando la vuelta en el camino de entrada.

—¿Contestarás eso? —me reí y empujé sus hombros sin éxito.

—No —dijo Henry—. Tengo mejores cosas que hacer.

Sentí el botón y la cremallera de mis pantalones deslizarse, dándole a Henry mejor acceso de mí. Yo gemía, pero no me daba por vencida. Giré mis piernas y traté de empujarlo fuera de esa manera, pero era inútil. La persona que llamaba era insistente.

—¡Maldita sea! —dijo Henry con un gruñido—. ¡Mataré a quien siga llamando!

—¡Uf! Solo tienes que responder y ya.

Henry se apartó de mí y pisoteó hacia la cocina. Empecé a seguirlo, abrochando mis pantalones cortos de vuelta a lo largo del camino.

No había ninguna razón para ponerle las cosas más fáciles y estaba disfrutando del juego.

—¿Cómo diablos consiguieron la dirección? ¡Cristo, Mo!

Mi cabello estaba erizado. La alfombra ya lo había enredado todo. Las escapadas de Henry eran asesinas para mis peinados.

—Chloe, entra en el dormitorio —dijo Henry.

—¿Qué? —le pregunté, deteniéndome fuera de la cocina para ajustar mi camiseta.

Escuché otro ruido afuera e incliné la cabeza para mirar por la ventana, hacia un sedán rojo en el camino de la entrada. Me resultaba familiar, pero no pude ubicarlo de inmediato.1

 Henry estuvo de repente a mi lado otra vez, agarrándome por la cintura y tirando de mí hacia la cocina. Mis pies se deslizaron y estuve a punto de caer.

—¡No mires hacia allá! —gritó. Me agarró del brazo y me tiró contra su pecho.

—¡Henry! —grité intentando apartarme—. ¿Qué demonios?

—¿A qué distancia está Lo? —dijo Henry en el teléfono, ignorando mis protestas.

Me volví para mirar su rostro pálido. Estaba observando de la puerta de entrada, a la parte de atrás rápidamente. El teléfono estaba encajado entre su mandíbula y su hombro, sus ojos muy abiertos.

—Mejor date prisa. Ya están aquí —dijo Henry sin rodeos antes de dejar caer el teléfono al suelo. 



AlarmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora