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Los lunes son complicados. Kaminari se despierta a las seis de la mañana para prepararse, cocinar el desayuno y limpiar la casa entera, ordenando su propio cuarto por el camino. Organiza las comidas de la semana y apunta las cosas que hay que comprar (de las cuales se encargará por la tarde), así como de apuntar las citas de su madre con el médico en la pizarra de la cocina para que a ella no se le olviden. Como ya es costumbre, a un lado de las citas médicas él apunta sus horarios de entrenamiento. Es una forma eficaz de que ella sepa exactamente dónde está cuando no está en casa, por si le necesita para algo.

Fuera parece estar un poco nublado, el viento de la mañana anunciando la lenta retirada del verano y dando paso al otoño. Aún quedan unas semanas antes de que empiecen las lluvias, pero el cambio de armario será necesario pronto. Una vez que eso suceda, los entrenamientos en exteriores tendrán que cesar durante un tiempo.

Kaminari ya ha desayunado cuando llama a la puerta del cuarto de su madre, pidiendo permiso para entrar. Ella está tapada con unas mantas azules, el sol de la mañana cayendo sobre la cama con cuidado de no despertarla. Está tan tranquila que casi le da pena levantarla, pero sabe que ella espera que lo haga cada mañana.

"Así, tú serás lo primero que veré al despertar, y no una habitación vacía", le había dicho.

Antes, ellos no eran tan cercanos. Pero era la cosa de madurar, suponía Kaminari, que te hacía abrir los ojos y te obligaba a abrir un poco más tu corazón a aquellos a quienes quieres.

—He dejado el desayuno preparado —le dice, agachándose a un lado de la cama para retirar sus mechones rubios de su pelo.

Ella sonríe y se estira, levantándose lo suficiente para quedarse sentada en la cama. Y Kaminari también sonríe, viéndola con tanta energía. Hace un año ni siquiera podía levantarse de la cama.

Parece que ha despertado con buen humor.

—Gracias, cielo —dice ella, ahora preparándose para salir de la cama. —¿Esta tarde tienes entrenamiento?

Kaminari la observa ponerse sus zapatillas y ambos se dirigen a la cocina juntos.

—Síp, pero estaré en casa sobre las siete.

Su madre tenía revisión en el hospital, por lo que no estaría en casa cuando él llegase a la hora de la comida. Con suerte, llegaría para la hora de la cena. Podrían cocinar algo juntos y ver algún programa en la tele. Solo ellos dos, justo como había sido desde hace un año.

Justo como seguiría siendo.

—Menos mal; la casa se hace tan grande cuando llego y no hay nadie —dice ella con una sonrisa floja, tomando asiento en la mesa.

El rubio le acerca el plato y los cubiertos, abriendo la nevera para sacar algo de zumo.

—Lo sé.

—Podrías invitar a tus amigos del club uno de estos días... —dice entonces ella, ahora sonando más animada. Kaminari adoraba verla así—. Hace tiempo que Sero no se pasa por casa y ya hace semanas que no veo a Mina.

Era cierto, en parte. Kaminari solía invitar mucho a sus amigos a su casa antes de que su madre enfermara, pero los últimos meses han sido una montaña rusa de emociones y al rubio le dolía admitir que una parte de él temía sus amigos pisaran su casa por el miedo a que notaran el vacío que se había anclado en ella después de...

—Ya sabes que no quiero molestarte —responde sin más. Una verdad a medias que no termina de convencer a nadie.

—Ellos siempre iluminan esta casa, cariño. Y siempre ríes tanto cuando están aquí... me gusta verte feliz.

love & game | shinkamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora