Capítulo 3

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7 de septiembre

La brisa fría que se ha levantado al atardecer ha obligado a Vincent a llevar un abrigo sobre su jersey beige y aun así le resulta tentador ponerse sobre los hombros la toalla que la cuadrilla le había pedido que llevase a la playa y que lleva enrollada bajo el brazo aunque no le importaba mancharse los pantalones de arena.

Afortunadamente no tuvo que esperar mucho porque enseguida ve un coche deteniéndose delante de él y que Jim conduce. Enseguida Vincent se sube y lo saluda a él y a Sophie, que está en el asiento del copiloto, antes de irse a la playa.

No tardan mucho en llegar a Carson Beach donde está el resto de la cuadrilla. No son los únicos: más gente había tenido la misma idea que ellos y la prueba eran los pequeños grupos desperdigados por la arena.

Cuando le dijeron que se iba a mudar a aquella zona Vincent pensó que se acabaría la tranquilidad del campo —lo único que echa de menos de Dallas—, que sus oídos acabarían saturados del ruido de los coches y que estaría aspirando contaminación todo el día, pero jamás pensó que las noches en aquel barrio de Boston serían tan serenas, y menos se esperaba que el único ruido que escucharía sería el de las olas rompiendo suavemente en la arena ni el único olor que invadiría su nariz fuera el del salitre.

Los tres se descalzan y caminan por la arena hasta que llegan hacia donde está la cuadrilla, sentada en una especie de corro alrededor de unos cuantos tuppers con comida amontonados.

—Enana, ¿hoy te ha dado por venir de niña de Disney Channel? —saluda Will, refiriéndose al conjunto lleno de colores que Sophie lleva.

—Me cansé de ir de tía rebelde que lucha contra el capitalismo. —Comenta ella metiendo las manos en los bolsillos de su peto.

—Lleves lo que lleves siempre quieres tumbar el capitalismo —bromea Jim.

Vincent se sienta directamente sobre la arena justo en el momento en el que Amanda llama su atención:

—¡Qué bien que hayas venido!

—Creíamos que te habíamos asustado, —Brian sonríe con malicia sin dejar de mirar su guitarra que está afinando—, sobre todo Mandy.

—¿A qué viene eso?

—Reconoce que esa explosión de energía desde el primer minuto tira a uno para atrás. —La expresión indignada de su amiga le hace reír—. ¡Solo estoy bromeando!

Vincent se fija en Liss, que está sentada con la espalda apoyada sobre el pecho de su novio, y entrecierra los ojos.

—A ti no te conozco, ¿verdad?

—Yo a ti tampoco —se sacude la arena de los pantalones cuando se pone en pie y le tiende la mano—. Soy Liss, encantada.

—¡Chica, hasta para eso eres tan formal!

—No todos tenemos la cercanía latina que tú tienes. —La británica le dedica una sonrisa sarcástica respondida con la pelirroja fingiendo que se cerraba la boca con una cremallera.

El grupo disfruta del anochecer, de la comida que se trajo y también de los acordes que Brian toca en su guitarra entre los que acabó colando una versión acústica de The Sound of Silence, que tiene que parar para devolver una pelota que llega rodando hacia él desde otro grupo que había cerca de ellos.

Casi se olvida de que su guitarra existe cuando se sienta de nuevo en la arena porque sus ojos se posan sobre el perfil de Vincent, y no sabe si es porque los ángulos de su cara parecen tallados por un escultor o porque la cara que está poniendo cuando escucha a Liss hablar con él le da un aire interesante, pero el caso es que no puede dejar de mirarlo.

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