Capítulo 17

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26 de diciembre

Lo primero que Vincent piensa a llegar a casa del aeropuerto es en dejar la maleta en el suelo de su dormitorio y tirarse sobre la cama. El viaje a la casa de sus abuelos por Navidad ha sido agotador física y mentalmente y no quiere otra cosa que no sea dormir hasta las tantas y eso que eran las diez de las mañana.

Pero el destino tiene otros planes porque el móvil le suena y se sienta en la cama —o más bien deja que su culo caiga sobre el colchón— para contestar la llamada. Cuando ve el nombre en la pantalla sonríe de oreja a oreja y siente que parte del cansancio se va de un plumazo. Descuelga, poniendo el altavoz para ir deshaciendo las maletas:

—¡Hola, Mary!

—Hola, angelito —saluda una voz femenina al otro lado de la línea—. Joyeux Noël desde París. ¿Viste las fotos que te pasé de los Campos Elíseos con la Nieve?

—Sí, las vi al bajar del avión. Qué envidia te tengo, de verdad. Siempre digo lo mismo: eres el ejemplo perfecto de la tía rica que vive en Francia. ¿Cómo está Maxime?

—Pues trabajando, cariño. Pero le mandaré saludos de tu parte cuando llegue. ¿Qué tal en Dallas? ¿Jacinto te echaba de menos?

—Casi me tiró al suelo cuando me vio y la misma noche que llegué al pueblo dormí en la cuadra con él. Yo también lo echaba de menos.

—¿Y tus abuelos?

—Lo de siempre, la verdad. —Se aleja de la maleta para la puerta del dormitorio y baja la voz—. Otra vez sacaron la típica pregunta de para cuándo la novia, pero no le dieron mucha importancia la verdad...

—¿Todavía no se lo has contado?

—¿El qué? —Se queda mirando un jersey que está doblando para procesar la pregunta hasta que por fin adivina a qué se refiere—. Oh... no, la verdad.

—Mira, me halaga que yo haya sido la primera persona con quien hayas salido del armario, pero tus padres también merecen saberlo. No quiero presionarte, pero es mejor que lo sepan por ti.

Vincent suspira mientras saca una bolsa llena de ropa para la colada. Tiene muchas ganas de contarle a sus padres que es gay, y muchas veces se ha imaginado entrando de golpe en el salón o en la cocina y soltándolo de golpe. Pero viniendo de donde viene no cree que las consecuencias de su confesión sean buenas, y así mismo se lo explica a su tía.

—Es que quiero salir del armario de una vez porque hay un chico que me gusta muchísimo y estoy segurísimo de que él está pilladísimo por mí y no quiero hacerle sufrir...

Se interrumpe al darse cuenta de lo que ha dicho y se da cuenta de que es tarde para retirar nada. Inmediatamente coge el teléfono, quita el altavoz y se sienta en la cama, muerto de vergüenza.

—Así que te gusta un chico... ¡Cuéntamelo todo, no te dejes ningún detalle! ¿Cómo se llama? ¿Está en tu clase?

Vincent se echa a reír con la cara roja por completo y se tumba sobre la cama.

—Vayamos por partes. —Mira la puerta cerrada del dormitorio—. Se llama Brian, está en mi clase y creo que te caería muy bien.

—¿Amor a primera vista o a Cupido le hizo falta sacar la artillería pesada?

—Lo conocí el primer día de clase y me empezó a gustar en Halloween.

Una risa embobada se escapa de sus labios. Es la primera vez en su vida que pronuncia la palabra «gustar» con tanta sinceridad y siente la misma calidez que la que queda en una taza de café aun después de vaciarse su contenido.

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