Capítulo 9

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22 de octubre

Después del examen de Álgebra tocaba el descanso para el almuerzo, pero como la cuadrilla salió antes de la hora deciden jugar al UNO antes de comer. Para estar lo más lejos posible de su aula van al patio del instituto y se sientan en una silla circular al aire libre donde juegan.

—Porfa, que nadie me hable del examen si aprecia su vida —comenta Sophie, que después de descartarse la primera aprovecha para envolver todo su cuerpo en su abrigo de plumas amarillo chillón—, que quiero atender a las clases del resto del día y no puedo si estoy paranoica.

Jim no ha pasado por alto el mal humor de Sophie ya no desde que terminó el examen, sino desde que salió de su casa. Lleva desde por la mañana con una actitud distante y está más distraída de lo habitual. Aunque en cierto modo la entendía: no es la única que no está teniendo una buena semana.

—Solo quiero comentar una cosita y no hablaré más del examen. —Will se vuelve hacia Brian—. Dime que el problema seis daba menos veintisiete.

Brian tira su carta de cambio de sentido que le devuelve el turno a Jim mientras asiente.

—Oh, gracias a Dios. Te debo una, Bri.

—Pues ya tengo otra pregunta mal. Si saco buena nota en este examen va a ser de milagro. —Jim tira su penúltima carta—. UNO.

—Pero si tú eres un crack para las mates sin contar con Bri. —Amanda tira una carta de cambio de sentido y Will emite un gruñido frustrado al que la pelirroja responde lanzándole un beso—. Hoy estás muy distraído. ¿Qué te pasa?

Jim chasquea la lengua y se deshace de su última carta.

—Justo después de salir del examen mi madre me mandó al WhatsApp una foto del periódico. —Si ya su voz es grave, la rabia que siente hace que baje unos tonos más hasta el punto de que casi habla con un gruñido—: van a darle un reconocimiento al padre Phelps por "sus buenas acciones con la comunidad".

—¿A ese cerdo? —Sophie frunce el ceño, furiosa—. ¿Qué ha hecho ese hijo de puta aparte de amargaros la vida a ti y a otros niños?

La cuadrilla sabe que si Jim no reprende a Sophie por la palabrota que acaba de decir es porque está enfadado de verdad.

—¿Me he perdido algo? —pregunta Vincent, mientras coge una carta del mazo para después tirarla.

A pesar de que el recuerdo aún le escuece, Jim decide contar su historia: el padre Phelps era el director del coro de la iglesia de su comunidad y él era su favorito. Aquella fue una época de la que guarda muy buenos recuerdos y en la que hizo amigos con los que sigue en contacto.

Todo iba bien hasta que, con doce años, y tras terminar un ensayo, el cura le propuso hablar a solas con él en la sacristía. Aquella invitación estaba acompañada de una de sus arrugadas manos apoyada en la espalda de Jim y un discreto y suave empujón a modo de invitación. El instinto del niño hizo que se disparasen todas las alarmas, y cuando intuyó las intenciones del párroco, confirmadas cuando le apretó el hombro con su manaza se fue casi corriendo de la parroquia y cuando se encontró con sus padres lo contó todo.

Al día siguiente se enteró de que el sacerdote lo había echado del coro y cuando él y su familia hablaron con el religioso para pedirle explicaciones, este se hizo el inocente. No hubo denuncia porque desgraciadamente no había pruebas y aquella era la primera vez que intentaba sobrepasarse con Jim.

Pero aquello no cayó en saco roto: durante los años que prosiguieron después de aquello empezaron a salir varios casos en la misma situación: sin poder denunciar por falta de pruebas.

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