Capítulo 12

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16 de noviembre

La primera cámara que Amanda tuvo en sus manos fue la réflex de su tío Fernando, y con solo cinco años aprendió de él lo más básico de la fotografía, la profesión del hermano de su madre y también su pasión, que se contagió a su sobrina. Años más tarde se dedicó a ahorrar cada centavo que conseguía con la paga de sus padres para comprar una Nikon a la que apodó Nikki y que lleva encima siempre que puede para inmortalizar todo lo que ve.

Todas las paredes de su habitación están empapeladas de instantáneas hechas con Polaroid en las que retrata a su familia y amigos, y su disco duro externo está hasta arriba de carpetas con más imágenes que ha ido sacando con Nikki y que tiene publicadas en una modesta cuenta de Instagram dedicada exclusivamente a ello.

No tiene claro si quiere dedicarse profesionalmente a ese arte, pero es algo a lo que le tiene mucho cariño, y por eso a la cuadrilla le sorprende que pase de largo de un póster del tablón de anuncios que habla de un concurso de fotografía que abarca todos los institutos de Boston.

—¿Cómo que no vas a participar?

—Bri, esos ojos de cervatillo no van a colar esta vez.

La pelirroja cierra su taquilla antes de seguir caminando por el pasillo, soplando para apartar un rizo de su frente.

—¡Pero si tienes muchísimo talento! —comenta Will, caminando de espaldas frente a ella—. ¡Tus fotos son espectaculares!

—No me gusta trabajar con una fecha límite y menos si se trata de una afición.

—Mira, no sé si fingir que no has dicho eso o pegarte. —Sophie coge otro folleto del concurso de otro tablón de anuncios y lo planta delante de las narices de Amanda, poniéndose de puntillas para ello—. El tema es libre, el plazo es hasta finales de abril del año que viene, ganarás doscientos pavos y tu foto la verá todo el mundo en la página web del concurso. Ya, sabemos que eres perfeccionista y tardas mil años en subir una foto a tu cuenta de Instagram, y te entiendo perfectamente porque soy igual, pero estoy segura de que vas a bordarlo. Tía, al menos piénsatelo.

Amanda pone los ojos en blanco y coge el folleto para meterlo en su bandolera de tela mientras dice que va a mirar las bases esa misma tarde y se apuntará si le convencen, dejando tranquilos a sus amigos.

De camino al aula alguien choca contra Will, haciéndole soltar un quejido. Con la mano apoyada en el hombro dolorido el pelirrojo se da la vuelta con intención de decirle a quien fuese que tuviera cuidado, pero las palabras mueren en su garganta en cuanto ve a Eric.

—Ay, perdona, no te había visto.

Will resopla por la nariz, malhumorado por esa falsa disculpa.

—¿Cómo está tu hermanita, Willy? ¿Se está portando bien o se ha metido en otro lío?

Quiere decirle que a él qué le importa Keyla, pero decide guardar su rabia y sigue avanzando hacia su clase.

—¿Qué pasa? ¿Huyes igual que cuando te fuiste del equipo, traidor?

Will tensa la mandíbula y aprieta los puños. Se habría abalanzado sobre Eric si no fuera porque Sophie le da un codazo suave, obligándole a mirarla a sus ojos grises que le dan un mensaje de advertencia que le hace recapacitar y coger aire antes de hablar:

—Al menos yo reconocí dónde están mis límites y mis capacidades. No puedo decir lo mismo de ti.

La cólera se apodera de Eric y lo hace avanzar a zancadas hacia el pelirrojo, que retrocede unos pasos al verle alzar el brazo con la clara intención de darle un puñetazo.

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