Capítulo 24

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27 de abril

Nunca es fácil salir del armario.

Vincent tiene las manos apoyadas en el tocador de su cuarto y se mira en el espejo, recordando todas las veces que ha ensayado delante de él desde que comenzó el año. Aunque ya había confesado su sexualidad a la cuadrilla y se había sentido muy arropado por ellos, aunque tuviera presente los consejos que su tía y Brian le habían dado, y aunque sabe de seguro que sus padres lo quieren con toda su alma sigue estando acojonado.

La incertidumbre lo devora por dentro: ¿se sentirían decepcionados? ¿Tendrán miedo de lo que pudieran decir los demás sobre él? ¿O por el contrario le tendrían miedo a su sufrimiento o a que le hicieran daño?

No ha pegado ojo en toda la noche y quiere quitarse esto de encima lo más pronto posible, así que respira hondo, levanta la barbilla y se aparta con un dedo un mechón de pelo que ha formado una coma delante de su frente.

—Vinnie, vienes de los Thompson, una familia de granjeros que ha sufrido las dos guerras mundiales, hambrunas, plagas y a saber cuántos huracanes. Esto no es nada así que échale huevos.

Sale de su dormitorio aún en pijama y baja las escaleras hasta la cocina donde sus padres están haciendo el desayuno, con Cindy Lauper cantando True Colors en la radio.

—Buenos días —saluda Wilbur mientras saca unas tortitas de la sartén—. ¿Estás listo para el concierto?

Vincent se cruza de brazos y se apoya en el marco de la puerta de la cocina, como si al dar un paso más se acercase a un foso lleno de caimanes que lo iban a devorar vivo. Se rasca la nariz con un dedo antes de responder:

—Sí, y encima lo hemos organizado todo bastante bien. A lo mejor llegaré un poco tarde porque quedamos con Will y Liss después del concierto.

—Vale —interviene Susan, sirviéndose un café—, pero acuérdate de llamarnos de vez en cuando para saber cómo estás.

—Claro, mamá. —Frunce los labios—. Escuchad, tengo algo que deciros.

El matrimonio deja todo lo que está haciendo para prestarle atención, e incluso Wilbur baja el volumen de la radio.

Vincent aprieta los puños para disimular su temblor, traga saliva para deshacer el nudo que se ha formado en su garganta y reza todo lo que recuerda de las misas de los domingos en su pueblo antes de coger aire y hablar, sabiendo que ya no hay marcha atrás:

—Mamá, papá, soy gay.

Se esperaba cualquier reacción negativa por parte de ellos: gritos, llantos, reproches, e incluso una paliza. Pero no contaba con el silencio que se hace en esa cocina y que sería absoluto de no ser por el murmullo de la radio, y tampoco contaba con la forma en la que sus padres se miran antes de volver la vista hacia él. Es Wilbur quien se decide a hablar:

—Lo sentimos mucho. —El hombre levanta una mano cuando su hijo abre la boca para explicarse—. Sentimos mucho no hacerte entender que podías confiar en nosotros para contarnos cualquier cosa. Mira, Vincent, en cierto modo tu madre y yo lo sabíamos, o al menos lo intuíamos. Créeme, a veces los padres conocen más a sus hijos que ellos mismos. Y es verdad que te esforzabas mucho en ocultarlo, pero creo que éramos los únicos del pueblo a los que no le funcionaba.

Durante su corta vida había estado disimulando cualquier cosa que lo delatase: se forzaba a mantener las manos quietas para no hacer gestos considerados afeminados, se unía a las conversaciones sobre chicas que tenían sus antiguos compañeros de clase aunque en realidad no sintiese nada por ellas, y hasta fingió que le hacían gracia los chistes misóginos y homófobos que contaban los hombres del pueblo. Todavía recuerda la bronca que Wilbur le echó cuando escuchó de su boca un insulto racista que haría que Amanda lo estrangulase, y desde entonces tuvo claro que no tenía por qué entrar en el juego de quienes se dedicaban al desprecio disfrazado de humor.

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