Capítulo 6.

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Drancour observaba a Killian dormir.

Era quizás la única manera en la que podía ver al doncel sin temor a que un golpe fuera lanzado en su dirección. Killian era como una bola de fuego, volátil e incontrolable. Ni siquiera un Dios cómo Drancour sería capaz de calmarlo cuando se enfurecía. Drancour era un hombre paciente y tal vez amable, solo que la actitud irrespetuosa del Doncel hacía muy complicado para él no enojarse. Él era un Dios. Durante miles de años lo habían adorado, erguido altares en su mente y recitado plegarias en su nombre. Que un pequeño Doncel le mostrara tal menosprecio era simplemente insoportable.

Drancour entendía en cierta parte por qué Killian era como era. Había visto desde el Reino de los Dioses como la sociedad avanzaba y al mismo tiempo no. Podían crear objetos maravillosos que en otra época habrían sido un sueño, pero se les hacía difícil despedirse de aquellas creencias anticuadas mediante las cuales solo menospreciaban a un género. Los Donceles eran tratados de un modo pésimo; eso Drancour lo presenció en más de una ocasión, mientras le rezaban para que detuviera todo.

El Dios era bastante permisivo en cuanto a responder las plegarias que iban dirigidas a él. Casi todos los Dioses preferían ignorarlas a menos que fueran de suma importancia, mas él ayudaba a todos los que pudiera si estaba al alcance de su poder. Por eso mismo se la pasaba siendo regañado por su hermana la Diosa Luna, quién era la matriarca de la familia de Dioses que regían el mundo entero. Los dioses no tenían que interferir de ese modo. Él lo hacía en contra del sentido común de los suyos.

Eso no era importante. Lo importante era encontrar el modo de llevarse bien con Killian, porque tendrían que permanecer juntos durante un largo rato si Drancour quería mantener al pequeño humano a salvo. Todos los enemigos de Drancour intentarían matarlo ahora y el dios solo podía protegerlo si estaban en el mismo lugar. Como no tenía pensado bajar al Reino mortal, era lógico que Killian tuviera que quedarse en el Reino de los dioses.

Drancour solo podía esperar que el Doncel despertara de un humor mejor que cuándo se fue a dormir, de lo contrario tendrían muchos problemas. Sí el doncel insistía en golpearle y decirle cosas horribles cada vez que se encontraban en el mismo lugar, su relación no iba a tener una desenlace muy bueno.

Suspirando, Drancour apartó su mirada del muchacho inconsciente y abandonó la habitación. Tenía que atender sus deberes.

Killian despertó después de unas horas, sus miembros pesados y una pulsación en su cabeza que le habría hecho gruñir si no estuviera nervioso por su entorno. Recordaba claramente todo lo que sucedió antes de ser llevado al Reino de los Dioses. El frío, el temor que inexplicablemente se apoderó de su cuerpo y lo bien que se sentía estar entre los cálidos brazos del Dios del Fuego.

Los ojos claros de Killian se veían aún más hermosos al verse reflejados en los muros del Reino de los Dioses. Si Drancour hubiera estado allí, su corazón se habría detenido al observar la belleza natural de su destino. Aunque de haber estado cerca cuando Killian despertó, seguramente habría sido objeto de insultos y maldiciones como era costumbre del Doncel. Su desprecio hacía el Dios era más que evidente.

Killian se tomó solo unos dos minutos para procesar el hecho de dónde estaba y como había llegado allí, para luego levantarse con rapidez y observar su cuerpo en busca de anomalías. No había nada además de que estaba vestido con ropa extraña.

Gruñendo, Killian se acomodó la extraña ropa y empezó a recorrer el espacio en busca de Drancour. No pensaba gritarle, sino exigirle que le llevara de regreso a su mundo. Él no quería estar en el Reino de los dioses. Tampoco creía que existiera una razón por la que debería estar allí. Incluso si buscaban asesinarlo por ser la pareja destinada de Drancour, prefería estar en la tierra antes que permanecer un solo minuto en aquella dimensión. Realmente detestaba el lugar. Quería irse.

La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora